Elpis Israel - Capítulo 6   

   

EL MUNDO ACTUAL EN RELACIÓN CON EL MUNDO QUE VIENE

 

   Dios, el constructor de todas las cosas -- Nada es accidental, sino que todas las cosas  son el resultado de la premeditación divina -- Todo lo que existe, él lo creó para su propia complacencia y gloria -- En las Escrituras se revela el propósito de Dios en la obra de la creación y en la providencia -- El orden de cosas en el presente es tan sólo provisional -- El sistema de la plenitud de los tiempos determinados son el verdadero "estado intermedio" de una duración de mil años -- Los constructores de la torre de Babel, hombres de paz, y socialistas -- Se define el principio sobre cuya base los hombres pueden lograr la naturaleza y dignidad angélica -- Se declara el doble propósito de Dios en la fundación del mundo -- Los medios por los cuales está llevándose a cabo -- Disertación sobre los Elohim.

 

Entre los muchos y diversos títulos del Ser Supremo, que se hallan en las Escrituras de la verdad, está el de Constructor, o Arquitecto; como está escrito: “el CONSTRUCTOR de todas las cosas es Dios”. De conformidad con esta sugerencia, yo hago notar que “un sabio maestro constructor” nunca empieza a construir sin un diseño. Él hace un bosquejo a escala desde el tope hasta la base. Ésta es la extensión, o tiempo, por así decirlo, del edificio que se va a construir. Habiendo considerado bien todo en su conjunto, él concluye que es el mejor plan posible que se puede idear en armonía con las reglas y principios de la arquitectura. Entonces el plan se convierte en su “propósito”, su “preordinación”, “predestinación”, o diseño. Todos los arreglos subsiguientes se hacen para ajustarse a este propósito preestablecido, porque es lo mejor posible que su muy prudente sabiduría e ingeniosidad pudo idear; y ninguna sugerencia o consideración conseguirán que él se aparte en lo más mínimo de su predeterminación.

Lo siguiente que hace el Constructor es reunir todos los materiales necesarios, tales como ladrillos, piedras, cal, arena, madera, o cualquier otra cosa que pudiera necesitarse. Si un espectador  deseara saber para qué se acumuló toda esta materia prima en un solo lugar, el arquitecto le revelaría “el misterio de su voluntad, según su complacencia, la cual se había propuesto en sí mismo” (Efesios 1:9), presentando el bosquejo de su plan, en todas sus líneas, círculos, ángulos, etc.; y le describiría la disposición de los materiales que impresionaría la mente del espectador con una imagen del edificio, aunque sería infinitamente distante de la realidad cuando esté perfeccionado.

Si supo0nemos que el edificio, llámese templo, o palacio, estuviese ya terminado, lo siguiente que haría el arquitecto sería ordenar que la basura, o materiales que fueron desechados como no apto para usarlo en el edificio, y, por lo tanto, inservible, tales como ladrillos quebrados, astillas, virutas, arena, y así sucesivamente, fueran echados fuera para ser pisoteados, quemados (Malaquías 4:3; Mateo 5:13), etc. De esta manera, el edificio se construye con los materiales acumulados conforme a los lineamientos del bosquejo, o propósito del Constructor; y la obra se hace.

Ahora bien, como dice la Escritura, el Gran Constructor de los cielos y la tierra es Dios. “Mi mano fundó también la tierra, y mi mano derecha extendió los cielos”. El Constructor de todas las cosas, o dejó los elementos del mundo al azar y que se agrupen de manera casual, o, él es “ordenado en todas las cosas”. ¿Dónde está el hombre de entre los “filósofos” que se atontará, o se idiotizará diciendo que el Creador permitió que el azar elaborara el sistema terrestre? La idea es absurda. El azar se ha definido como la causa de los acontecimientos fortuitos o casuales. ¿Cuál es esa causa? El necio dice en su corazón que no hay Dios. ¿Por qué dice eso? Porque él haría que la causa de todas las cosa fuera una simple disposición física de la materia, destituida de todo atributo moral e intelectual, a fin de librarse de toda responsabilidad ante semejante Ser. El necio odia la verdad, la justicia y la santidad, y por consiguiente, se esfuerza vanamente por persuadirse a sí mismo de que no hay Dios de carácter veraz, justo y santo.

Pero nadie con pretensiones de de una mente sana afirmaría esto. Nada se ha elaborado por pura casualidad. Las Escrituras  que todo fue medido, delimitado y pesado; y que el Espíritu del Señor ejecutó su obra sin que nadie lo aconsejara o lo instruyera. Como está escrito: “¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano, y delimitó la extensión de los cielos con un palmo, y puso en una medida el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? ¿Quién dirigió al Espíritu del Señor, o le aconsejó, enseñándole? ¿A quién pidió consejo, y quién le hizo entender? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó conocimiento o le mostró la senda del entendimiento?” (Isaías 40:12-14).

Dios, entonces, tenía en su mente un patrón, o diseño, de toda la obra que estaba delante de él, ante de que él pronunciara una sola palabra, o que su espíritu empezara a actuar. Este diseño, o arquetipo, que puso delante suyo el comienzo y el final de todas las cosas en una visión panorámica, se construyó en armonía con los principios, los principios eternos de su inmenso e ilimitado reino, que coinciden con los inmutables atributos de su carácter. La obra que él estaba a punto de ejecutar para su propia complacencia; porque, como dice la Escritura: “Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Apocalipsis 4:11). Pero, cuando la obra esté terminada, la cual, por su propia voluntad, Dios elabora, ¿en qué consiste?

Hacemos esta pregunta como espectadores de los prodigios de la creación, providencia y redención. Observamos los materiales de estos departamentos de la Sabiduría eterna y preguntamos cuál es el propósito de todo esto. ¿Qué templo, o edificio, está levantando el Divino Arquitecto para su complacencia y gloria?  Si rebuscamos en nuestros pensamientos, no hay allí ninguna voz que dé a conocer la filosofía de lo que él hace; si nos remontamos a los cielos o descendemos al mar; si escudriñamos en los lugares elevados de la tierra, no encontramos ninguna respuesta; porque “¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? Si averiguamos qué es lo que Dios se propone elaborar del pasado, presente y futuro, debemos contentarnos con asumir la actitud de oyentes para que él nos revele de sus propios labios lo que él piensa desarrollar hasta la consumación de sus planes.

Dios, por lo tanto, ha hecho que se escriba un libro para nuestra información respecto a su propósito final en las obras de la creación, providencia, y redención, las cuales son sus tres imponentes divisiones de su labor; y las cuales tienden todas al desarrollo de una consumación grande y gloriosa. Este Libro otorgado tan misericordiosamente y escrito de manera realmente inimitable, se llama en el estilo vernáculo LA BIBLIA (η βίβλος;), o, en el lenguaje bíblico LAS ESCRITURAS (cu γραφαι,) y algunas veces LAS SANTAS ESCRITURAS. Éstas se dividen en dos partes, denominadas popularmente como el Antiguo y el Nuevo Testamento. Las alusiones hechas por Jesús y sus apóstoles a las Escrituras se referían a lo que ahora se conoce como el Antiguo Testamento; porque en aquel tiempo no se reconocía ninguna otra Escritura. El Nuevo Testamento no se escribió al comienzo de la era apostólica. En realidad, en esa época no eran tan necesarios porque los apóstoles enseñaban oralmente las cosas que después, en parte, ellos consignaron por escrito. Los impulsos del espíritu, enunciados por intermedio de hombres espirituales de la iglesia, llevaron al Nuevo Testamento al lugar que ocupa ahora. Los escritos de los profetas, que son la raíz y la base del Nuevo Testamento, y sin cuyo entendimiento esto último se vuelve totalmente ininteligible, se dividen en  “la ley y el testimonio”; o “la ley, los profetas y los salmos”; en su totalidad, se denominan como LA PALABRA. Esto, con “el testimonio de Jesús”, que los apóstoles dejaron por escrito, conforma “la palabra del Señor” para nosotros, la cual vive y permanece para siempre.

Todos los escritores y oradores deben ser puestos a prueba por esto, sin miramientos; porque Dios ha dicho que “si no hablan conforme a esto es porque no hay luz en ellos”. No importa quien pueda ser el pecador: Papa, cardenal, arzobispo, obispo, ministro, o sus admiradores; o, incluso uno de los santos de Dios, o un ángel mismo; nada que alguien pueda decir o escribir debe recibirse a menos que esté en estricta conformidad con esta palabra; y conforme a esto, la gente puede juzgar por sí misma según su propia responsabilidad; y ante el resultado de su eterna felicidad o el rechazo a entrar en el reino de Dios. A este Libro, entonces, acudimos en busca de luz y de información referente a las cosas que han de ser más adelante.

Si tomamos un libro cualquiera, ¿cómo podríamos proceder para determinar el propósito que tenía el autor al escribir su libro? Deberíamos leerlo completo y cuidadosamente, y de este modo, al familiarizarnos con su contenido, deberíamos estar preparados para responder la pregunta de manera inteligente y exacta. ¿Por qué las personas no hacen lo mismo con la Biblia? Toda persona sensata admite que Dios es el autor; Moisés, los apóstoles y los profetas son tan sólo sus amanuenses a los cuales él dictó lo que debían escribir. Si entonces se plantearan las siguientes preguntas: ¿Qué propósito tenía Dios en mente en la obra de la creación en los seis días de duración? ¿Y en sus subsiguientes planes providenciales en relación con el hombre y las naciones? ¿Y en el sacrificio propiciatorio del Cordero de Dios?, entonces deberíamos proceder de la misma manera con la Biblia en la cual él relata su propia historia; y contestar conforme a la luz que podamos haber adquirido.

Ahora bien, el Libro de Dios es peculiar en esto, en que narra el pasado, el presente y el futuro, todo en un solo volumen. Por la precisión de sus detalles en relación con el pasado y el presente, aprendemos a depositar ilimitada confianza en su declaración referente al futuro. Por lo tanto, al averiguar el designio supremo de la sabiduría eterna en la creación de todas las cosas, acudimos al final de la Biblia para ver lo que Dios ha dicho que sucederá como la consumación de lo que ha habido antes; porque lo que él ha dicho será la constitución permanente de las cosas, debe ser el fin que él designó originalmente mucho antes de que se colocaran los cimientos de la tierra.

Acudamos, entonces, a los dos últimos capítulos del Libro de Dios. ¿Qué aprendemos en estos? En ellos aprendemos que ha de haber una gran renovación física y moral de la tierra. Que ha de cesar toda maldición habida sobre el globo; y que ha de ser poblado con hombres que serán inmortales y libres de todo mal. Que entonces todos serán hijos de Dios, una comunidad de seres vivientes gloriosos, honorables e incorruptibles que constituirán la morada del Señor Dios Todopoderoso y del Cordero, la gloria de cuya presencia irradiará un fulgor que sobrepasará el esplendor del sol. El globo una morada gloriosa, y sus habitantes un pueblo inmortal y glorioso, es la consumación que Dios revela como respuesta a la pregunta sobre su designio supremo. Los siguientes testimonios lo probarán:

“La herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:7-22). “Una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos” (1 Pedro 1:4). “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva… y el mar ya no existía más. Y yo, Juan, vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su novio. Y oí una gran voz en del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Y enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas [o el “cielo y la tierra” en el cual ellos existían] han dejado de ser. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas; y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:1-7). “Y no habrá más maldición” (Apocalipsis 22:3).

Ahora bien, crear nuevas todas las cosas implica que la constitución de las cosas que preceden a la nueva creación era un sistema antiguo, que había respondido al propósito para el cual fue dispuesto en el primer caso. Este sistema antiguo, denominado por Juan como “las primeras cosas” [el cielo y la tierra anteriores] es manifiestamente el sistema del mundo basado en la creación de los seis días; porque “las primeras cosas” que habían pasado en la visión eran el mar, la muerte, el dolor, el pecado, la maldición, y todos sus males afines. Esta creación antigua, con su constitución mediadora temporal, entonces, no es más que un grandioso sistema de medios rudimentales de una creación todavía más grandiosa e inconcebiblemente más magnífica, la cual será una constitución inmutable y eterna. Los cielos y tierra físicos del antiguo sistema mosaico son para la nueva creación como lo es el material acumulado de una construcción para el edificio que se va a construir; y tiene la misma relación con los nuevos cielos, tal como el sistema natural tiene con lo espiritual. Repetimos, entonces, que la creación de los seis días, que hemos denominado mosaica porque Moisés escribe sus generaciones, no fue una finalización, sino simplemente el principio, o la base de las cosas, cuando Dios comenzó la ejecución de su propósito que él había concebido; el ultimátum de lo cual iba a elaborar por medio de LA VERDAD Y EL JUICIO, como sus elementos fundamentales, un mundo de seres inteligentes que llegarían a ser la población gloriosa e inmortal del globo, bajo una constitución de cosas inmutable y eterna.

Tal es lo superlativo del asunto. La creación física de los seis días es positiva; si embargo, hay un motivo ulterior así como un propósito supremo en la obra. Lo ulterior es lo comparativo; lo supremo es la transcendente excelencia del designio. El Todopoderoso Constructor de todas las cosas no pensaba trasladar la totalidad de la raza humana de un estado de pecado y muerte inmediatamente a un estado no mezclado del bien y la gloria. Él previó que la raza viviente nunca sería idónea para esto; sino que previamente tenían que ser disciplinados y preparados para la transición. De ahí que él se propuso desarrollar un ESTADO INTERMEDIO en la tierra, y entre las naciones de hombres mortales contemporáneos con ello; en el cual el bien y el mal estarían todavía mezclados, pero difiriendo del estado precedente (el presente), en esto, que, aunque el mal seguiría existiendo, el pecado no tuviera Dominio sobre el mundo, sino que fuera destronado por la justicia. Hemos denominado intermedio a este estado porque tiene por objeto ocupar un lugar intermedio entre los actuales tiempos de los gentiles y la inmutable constitución del globo, cuando “el mar ya no existirá más”, y todos los hombres serán inmortales.

Esta ulterior, pero no la final, constitución de cosas se alude con estas palabras: “El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que… nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su complacencia, la cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos (οικονομιαν τονπληρώματος των καιρών), tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1:3, 9-10). Esta elíptica alusión a la revelación de la voluntad, o propósito, de Dios, está interpretada notablemente en los siguientes pasajes de la palabra. El reino de hierro (el romano) será dividido en diez reinos. “Y en los días de estos reyes, el Dios del cielo levantará Un Reino que no será jamás destruido ni será dejado el reino a otro pueblo; despedazará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre”. Éstos llegarán a ser “como el tamo de las era del verano. Y se los llevó el viento, y no encontró rastro alguno de ellos. Pero la piedra que golpeó la imagen se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra” (Daniel 2:41, 44, 35).

“Y le fue dado dominio, y gloria y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le servían; su dominio es un DOMINIO ETERNO que no terminará, y su reino no será destruido… y todos los dominios le servirán y le obedecerán” (Daniel 7:14, 27)

“El Señor [Jesús] será rey sobre toda la tierra. En aquel día el Señor será uno, y uno su nombre” (Zacarías 14:9). “Cuando el Señor de los ejércitos [Jesús] reine en el monte Sión, y en Jerusalén y delante de sus ancianos en gloria” (Isaías 24:23). “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido” (Juan 18:37).

 

“Y los justos volverán a vivir

Con Cristo mil años reinarán” (ver Apoc. 20:6).

 

“Y [las naciones] forjarán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).

Por estos testimonios queda de manifiesto para todas las mentes, no estropeadas por “filosofías y vanas sutilezas”, que en el sistema de la edad futura todos los reinos, estados e imperios; y todos los pueblos, naciones y lenguas han de ser congregados en un solo dominio bajo Jesucristo. Éstas son las “cosas en los cielos” y las “cosas en la tierra”, las cuales, agrupadas en un solo dominio imperial, constituirán un sistema de cosas que serán maravillosas y gloriosas. Vemos, pues, que lo que Dios ha declarado será UNA JERARQUÍA IMPERIAL MONÁRQUICA DE INMORTALES, el cual, BAJO UN SOLO JEFE, poseerá todo poder y autoridad sobre las naciones súbditas en la carne. Por medio de semejante constitución de cosas sobre el globo por 1.000 años, a la raza humana se le proveerá desde la fundación del mundo una suficiente multitud de justos para poblar la tierra cuando “el mar ya no existirá más”. Hasta que este sistema comience, los 6.000 años previos habrán proveído plazo suficiente para obtener un número adecuado de reyes y sacerdotes de entre Israel y las naciones para el reino de la Época Futura.

Después de esta exhibición, ¿quién carecerá de la capacidad de contestar la pregunta, por qué Dios ha hecho de una sola sangre a todas las naciones de los hombres para que pueblen sobre toda la superficie de la tierra; y por qué determinó los tiempos previamente establecidos; y los límites de su habitación? La respuesta es que él creó a una pareja humana y los sometió a la ley de procreación para que de este modo se multipliquen a fin de rellenar la tierra; él dividió la posteridad de ellos en naciones por medio de la confusión de lenguas; determinó los tiempos de su dominio: y fijó los límites de su extensión territorial, es decir, en la plenitud de los tiempos existiría UN REINO E IMPERIO DE NACIONES que él conferiría a un rey y a asociados monárquicos conforme a su buen y soberano beneplácito que él considerara adecuado designar.

Entonces, la segregación del género humano en naciones no es accidental, o el resultado de una simple política humana. Es una designación divina. La sabiduría humana se oponía a ella en el principio; y si los socialistas, las sociedades por la paz, y otras semejantes, podían llevar a cabo sus proyectos, ellos mezclarían las naciones en una sola indiscriminada “hermandad universal” y abolirían todos los tiempos y límites de habitación.

Los proyectores de la ciudad y de la torre de Babel anunciaron en su programa que la empresa tenía por objeto asegurar los patrones del plan “un Nombre”; y para evitar que fueran “esparcidos sobre la faz de toda la tierra”. Ellos eran opuestos a la nacionalización; preferían construir un templo de fraternidad social para todo el género humano. Pero Dios y sus propósitos no estaban en ninguno de sus pensamientos. Ellos estaban tramando planes absolutamente subversivos de ellos; por consiguiente, él interfirió, diciendo: “He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo len guaje; y han comenzado a edificar, y ahora nada los hará desistir de lo que han pensado hacer” (Génesis 11:4-8).

El desarrollo de esta constitución de naciones monárquica imperial es la única grandiosa idea de los escritos divinos. Es el tema del evangelio del reino y la paz de Dios. Todas las otras disposiciones divinas se concentran en esto como la gran verdad central de la redención humana y la regeneración terrestre. La brújula no es tan atraída hacia el polo, ni la atracción planetaria al centro del sol como lo son las cosas de los profetas y apóstoles a esta idea de un reino israelita y un imperio de naciones. Perder esto de vista es permanecer en una ignorancia sin remedio acerca de la fe y la esperanza que Dios misericordiosamente ha puesto delante de nosotros en su palabra; y exponerse a toda clase de engaños que la mente carnal, tan fértil de malos frutos, puede enunciar en oposición al “misterio de la voluntad divina”.

Instruido por las Escrituras de la verdad, estamos capacitados para discernir que el actual sistema del mundo no es más que la suma total de los medios por los cuales Dios se propone llevar a cabo dos grandiosos desarrollos: uno cercano y el otro mil años después. La creación de los seis días y el poblamiento de la tierra con naciones de seres humanos mortales, no es más que la preparación y recolección de la materia prima para una grande, gloriosa y magnífica manifestación de prodigios en la tierra. Hasta ahora, estos materiales han sido moldeados, o reducidos, del caos a una forma por medio de la modificante influencia de la verdad y del juicio divino. Pero si dependiera de estas agencias, “una hermandad universal” de salvajes, tales como los que observamos en los inmensos y violentos yermos de África y América, habría compartido el globo con las bestias más nobles de la selva; el socialismo absoluto siguiendo este molde efectivamente habría reemplazado a toda asociación eclesiástica y civil; o, si este extremo hubiera dado lugar a otro, el mundo habría gemido bajo el feroz despotismo de un “hermano del sol y la luna”, un Nerón, o de un Papa Alejandro VI.

Pero la verdad y la espada de Dios han sido lanzadas a la balanza de los acontecimientos humanos. Multitudes han abrazado la verdad en su totalidad o en parte; sin embargo, muchísimos más en parte que en la totalidad salvadora. Según la comprensión intelectual que ellos tengan de la verdad, han resuelto dividirse en grupos. Una minoría; una gran minoría, tan grande como para ser denominada “unos pocos” se han posesionado de ella en la letra y en el espíritu. Éstos contienden contra todo lo que se le oponga sin importar la fama, la propiedad o la vida; sin embargo, no contienden con la espada de la carne, sino con “la espada del Espíritu, que la palabra de Dios”. No ocurre lo mismo, sin embargo, con aquellos que la abrazan en parte, la corrompen al mezclarla con las tradiciones humanas, o la rechazan del todo. Ellos luchan por sus opiniones, hasta donde se lo permitan sus medios. Aquellos que la corrompen o la rechazan se esmeran por suprimirla vi et armis, por la fuerza, no del argumento, sino por medio del griterío, la tergiversación y leyes proscriptivas; y cuando no pueden encontrar otros medios, entonces recurren el encarcelamiento, la guerra y el asesinato.

Pero hay otros que entienden la teoría de la verdad a un nivel considerable, aunque sólo poseen ese espíritu de la libertad y sentido de la justicia que son inspirados por la verdad; sin esa disposición a padecer por ella con paciencia y sin resistencia, que es lo que inculca la verdad. Hombres de esta clase toman la espada por la libertad y los derechos de los hombres; y contienden contra todo lo que podría destruir a esos derechos con un valor que provoca terror en sus enemigos. Por este conducto, por medio de la acción y reacción, por agitar la verdad revelada y el conflicto bélico que esto produce entre las naciones, las cosas han sido moldeadas dentro de la constitución de cosas civiles, eclesiásticas y sociales, la cual prevalece en la tierra en el presente siglo; y la cual, habiendo envejecido, está a punto de desvanecerse.

En vista de esto, llegamos a un interrogante muy interesante y, ciertamente, inmensamente importante, a saber: “Sobre qué principio, o principios, se propuso el Dios de los cielos llevar a cabo sus propósitos en relación con el desarrollo de gobernantes para el reino e imperio de naciones; y para el poblamiento del globo bajo su eterna e incorruptible constitución?”. ¿Se basaba en un principio puramente intelectual, o puramente moral, o puramente físico y mecánico; o fue sobre el conjunto de todos éstos? Por ejemplo, él pobló el presente mundo creando primero una pareja humana, y colocándolos después bajo las leyes naturales o físicas. ¿Proveerá reyes y sacerdotes para su reino y poblará después el globo dentro de su perfecta constitución, por medio de una generación natural y regeneración física; o, en base a algún otro principio revelado en su palabra? ¿Otorgará el honor, gloria y dignidad de su reino e impero a los hombres tan sólo porque son hombres; o porque descienden por nacimiento natural de ancestros justos? O, ¿habitarán los hombres el globo para siempre tan sólo porque son carne y linaje del poder creativo de Dios?

Se admitirá, sin duda, que sobre cualquier principio que Dios determine operar, ciertamente sería uno que redundaría más en la gloria de su su sabiduría, justicia, y poder soberano. Concedido esto, nos gustaría preguntar, ¿habría sido para la gloria de Dios si él hubiera hecho al hombre una simple máquina? ¿Habría él convertido en una inexorable necesidad la ley de su naturaleza, por la cual debe regirse tal como las mareas se rigen por la luna, o la tierra por el sol? Ningún hombre razonable afirmaría esto. El principio establecido en la Escritura es que EL HOMBRE HONRA A DIOS AL CREER EN SU PALABRA Y OBEDECER SUS LEYES. No hay otra forma en que el hombre pueda honrar a su Creador. Sin embargo, este honor consiste no en una obediencia mecánica; en una simple acción sin inteligencia ni voluntad, tal como la materia obedece a las leyes naturales; sino en una obediencia voluntaria, en que el individuo posee la facultad de no obedecer si él prefiere no hacerlo. No hay honor, o gloria, para Dios como un ser moral, en la caída de una piedra al centro de la tierra. La piedra obedece a la ley de gravitación involuntariamente. La obediencia del hombre habría sido similar si Dios lo hubiera creado y sometido a una ley física, la cual habría necesitado sus movimientos, así como la gravitación lo hace con la piedra.

¿Se siente un hombre honrado, o glorificado, por la obediencia obligada de un esclavo? Ciertamente no; y por la simple razón de que es involuntaria, o forzada. Pero, si un hombre por sus méritos requiriera los servicios voluntarios de hombres libres; de hombres que pueden hacer su propia voluntad y beneplácito, sin embargo le obedecerían voluntariamente y, si él lo necesitara, están preparados para sacrificar sus vidas, fortunas, y posesiones, y todo por el amor que le tienen; ¿no se sentiría este hombre honrado y glorificado en sumo grado por semejante ejemplar conformidad a su voluntad? Indiscutiblemente; y esa es la honra y gloria que requiere Dios de los hombres. Si él demandara una obediencia obligada, habría asegurado su propósito eficazmente llenando de inmediato la tierra con una población de adultos, organizados de una manera tan intelectual que sería imposible que mostraran una voluntad adversa a la suya; los cuales le habrían obedecido como los ruedas obedecen al pistón y al vapor por los cuales ellas se mueven – simples autómatas de una creación milagrosa.

Pero, dice un objetor, este principio de la obediencia voluntaria instruida de un agente independiente es incompatible con la benevolencia; habría evitado todas las aflicciones y sufrimientos que han angustiado al mundo, si el globo se hubiese llenado de inmediato con un suficiente número de habitantes, todos los cuales habrían sido creados perfectos.

Si el carácter del Omnisciente estuviese constituido de un solo atributo, éste podría haber sido el caso. Pero Dios es el soberano del universo, así como bondadoso y misericordioso; y todas sus inteligentes criaturas han de estar irremediablemente en armonía con su nombre. Él podría haber actuado según el principio del objetor si así lo hubiese querido; pero no lo hizo, porque él ha seguido un curso de acción directamente opuesto. En vez de crear una pareja humana, él, ciertamente, podría haber llenado la tierra de inmortales, y haberlos dejado benditos para siempre. Pero, por otro lado, ellos habrían sido sin carácter, ni virtuosos ni viciosos; y, tal como ellos, su mundo habría sido sin una historia. Dios no es tan sólo un intelectual; él es también un ser moral. “Porque el Señor, cuyo nombre es Celoso, es un Dios celoso”; pero también “misericordioso y piadoso, tardo para la ira y abundante en benignidad y verdad… que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación… de los que me aborrecen, y que hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 34:14, 6-7; Éxodo 20:5).

Ése es el nombre, o carácter, de Dios; de ahí que, como todas sus obras deben glorificarlo, éstas redundan en alabanza hacia él como un ser misericordioso y piadoso, justo, santo y veraz. El sol al mediodía, la luna desplazándose en fulgor, y las estrellas en su curso ilustran su poder eterno y sobre-humanidad;   pero es sólo sus relaciones con criaturas constituidas intelectual y moralmente –la imagen y semejanza de él—lo que puede ilustrar su gloria moral y redundar en el honor de su nombre.

En vista de que Dios había rechazado el principio de la imperiosa necesidad e inmediata perfección física, sólo quedaba uno más, en virtud del cual él podía oficiar su reino e imperio; y finalmente llenar el globo con una clase de seres “semejante a los ángeles”. Sobre este principio él ha obrado desde la fundación del mundo hasta el día de hoy. Él hizo al hombre como una criatura razonable, y capaz de sentirse motivado por temas afortunados o desafortunados. Lo colocó bajo una ley que requería creencia en la palabra de Dios y en la obediencia. El hombre podía obedecer, o desobedecer, según su voluntad; era “libre de permanecer de pie o de caer”. No creyó en la palabra de Dios, creyó en una mentira y pecó. Aquí hubo una desobediencia voluntaria; de ahí que lo opuesto a esto se estableció como el principio de la vida, o sea, la creencia en todo lo que dijo Dios y la obediencia voluntaria a su ley. Este es el principio por el cual el mundo es reprobado; y a todos los hombres se les invita a vivir en conformidad con dicho principio y con los motivos que se hallan presentes en las Escrituras; y con todos los que hereden el reino de Dios y después habiten la tierra para siempre en igualdad de condiciones con los ángeles del universo.

Los siguientes testimonios dilucidarán el concepto básico del sistema divino: “Al que tuviese sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas” – Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida y para que entren en la ciudad por las puertas” – “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” – “El que venciere no recibirá daño de la segunda muerte” – “Y al que venciere, y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré POTESTAD SOBRE LAS NACIONES; y LAS REGIRÁ con vara de hierro” – “Si haces lo bueno, serás aceptado” – “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis VIDA en su nombre” – “Mas a todos los que le recibieron, a los que le recibieron [a Jesús], a los que creen en su nombre, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios; que no nacieron de sangre, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios” – “El que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” – “El que crea [en el evangelio] y sea bautizado será salvo” – “[Dios] pagará a cada uno conforme a sus obras: LA VIDA ETERNA a los que perseveran en hacer el bien Y BUSCAN gloria, y honra e inmortalidad”.

Pero de testimonio no hay fin. La ley del Señor es perfecta, y sin excepción alguna. No hay ningún quizás o tal vez; no es “sí y no, sino amén en Cristo Jesús”. El único camino al reino de Dios, y a una participación en la eterna constitución del mundo, está en el sendero de una obediencia fiel a la ley de Dios.

Ahora bien, por estos testimonio queda claro que para alcanzar la categoría de los hijos de Dios en el mundo eterno –donde, verdaderamente, todos son hijos de Dios sin excepción—los seres humanos, sin consideración de edad, sexo, o condición, deben creer y obedecer la verdad; porque “sin fe es imposible agradar a Dios”. Esta regla no admite excepciones, pero declara el concepto sin calificación. De modo que si se requiere fe, queda de manifiesto que Dios se propuso que los hombres se motivaran, no por necesidad, sino por consideraciones intelectuales y morales.

Pues bien, la realización de este principio implica necesariamente gran pérdida de vida humana y animal; porque si la virtud es el tema de recompensa, asimismo, el vicio debe ser tema de castigo. Porque, si el vicio fuera sin restricción, ganaría primacía; erradicaría a la virtud de entre los hombres como ocurrió antes del diluvio; y derrotaría el principio sobre el cual está propuesto efectuar la obra, y de este modo destruiría el designio original.

El simple hecho del polvo, por el poder de Dios expresado en la creación y en las leyes físicas, asumiendo la forma de hombres, no los faculta, por lo tanto, para la gloria de las épocas futuras; ni los expone a la alternativa de condenación en muerte eterna. Ésta son doctrinas basadas en una constitución moral, no física, de las cosas. El destino del mundo animal, y el de los hombres, es físicamente el mismo; todos ellos están bajo las leyes físicas de Dios, y por consiguiente no tienen “preeminencia” el uno sobre el otro. El hombre difiere de otros animales, así como éstos difieren de otros; y si su raza llega a obtener la naturaleza angélica que Dios designa que obtenga, no será porque sea humana, sino porque es voluntariamente obediente a las leyes de Dios.

El poblamiento del mundo futuro en base a este principio lo hemos probado por la Palabra. Es un principio que aniquila todo sofisma y tradición humana respecto a “la salvación de todo el género humano”; la “predestinación de algunos a salvación, y de otros a condenación por una severa e inexorable necesidad”; “la regeneración física antes de la muerte”; “la existencia desincorporada de almas inmortales en el cielo o en el infierno por siglos antes de la resurrección”; “la condenación y salvación de niños pequeños, discapacitados psíquicos y paganos”; “purificación por medio de la muerte y la resurrección sin previa remisión”; y mucha más jerga antibíblica, irracional y absurda de las escuelas y sistemas de la época.

El universalismo, es una influencia ponzoñosa generalizada en el mundo, la cual enseña que todos los seres humanos, de cualquier edad o carácter, morarán con Dios eternamente, se basa en un equivocado entendimiento del propósito de Dios en la formación del mundo animal. Se asume en ese sistema de poco calado de la teología especulativa que la intención de Dios era “el mayor bien posible para toda la creación”. Ciertamente, éste no era su designio, porque el el principio que he demostrado es enteramente subversivo de esa idea. La obediencia voluntaria de hombres libres implica la posibilidad, así como la probabilidad, de su desobediencia voluntaria, basada en la conocida tendencia caprichosa de la naturaleza humana. Ahora bien, como la existencia misma de Dios en su trono depende de la supresión, y por lo tanto castigo, del pecado (que es aflicción y dolor mientras dure la vida), el mayor bien posible para todos los hombres, en el sentido universal de la palabra, no era parte de su designio por ser incompatible con el principio y fin que se tiene presente. Entonces, como “el mayor bien posible para toda la creación” no es parte de su propósito, la idea de que Dios quiere la inmortalización y glorificación de cada miembro de la familia humana es una simple presunción. Él no se ha propuesto semejante idea. Su designio requiere sólo separar de las naciones a un número suficiente de hombres y mujeres para que habiten el globo cuando esté constituido sobre una base eterna, sin mar, sean muchos o pocos.

‘¡Qué insignificantes y despreciables pocos’, exclama uno, ‘comparados con la inmensa masa de  de carne y sangre humana que habrá existido en la tierra por 7.000 años!’ Concedido; pero ¿qué más se necesita que una suficiente población para la tierra renovada? Si esta inmensa masa de corrupción y pecado, vivos y muertos, hubieran escuchado a la voz de la razón, si le hubieran creído a Dios y le hubieran obedecido, una adecuada asignación se habría hecho para ellos; pero no quisieron, y las consecuencias fueron inevitables. El principio es eterno. Es persistente como Dios mismo; un principio sin excepciones, y tan inflexible como la verdad.

El caso del ladrón en la cruz sólo establece la regla. Él creía en el reino de Dios y reconoció a Jesús, mientras se hallaba en su estado más humilde, como “Rey de los judíos”, y, por lo tanto, el futuro monarca de la nación (Mateo 8:12), aunque el ladrón mismo había demostrado ser un ciudadano de muy mala reputación. En su caso sólo era necesario que su fe, cambio de mente y disposición se le considerara como arrepentimiento para remisión de pecados; porque sin esto no podría entrar en el reino de Dios. El Señor Jesús, que entonces era el único sobre la faz de la tierra con poder para perdonar pecados, le concedió su petición y eso lo constituyó en un heredero de la justicia que es por fe en el evangelio del reino. El caso del ladrón fue único, y al cual no ha habido nadie semejante, ni antes ni después.

Está demostrado que el misterio revelado de la voluntad de Dios, que él se ha propuesto en su mente, es primeramente fundar un reino e imperio de naciones, que él conferirá al crucificado y resucitado Rey de los judíos y a aquellos que crean la doctrina, o palabra, referente al reino, y lleguen a ser obedientes a la fe; y en segundo lugar, al término de los 7.000 años desde la fundación del mundo, renovar el globo terrestre y poblarlo con hombres inmortales “semejantes a los ángeles”, todos los cuales habrán alcanzado el estado eterno y la posesión de todas sus glorias trascendentes, sobre el principio de creer en sus “preciosas y grandísimas promesas” y obedecer sus leyes afectuosa y voluntariamente.

He aquí, entonces, la conclusión del asunto. Hay dos sistemas, o mundos: uno el animal y natural; el otro el espiritual e incorruptible; y entre éstos un estado mezclado, en parte animal y en parte espiritual, el cual se puede denominar como el estado de transición. Del sistema natural, como los materiales y andamiaje del edificio, Dios se propone elaborar “los siglos de los siglos” con todo lo que pertenece a ellos. Constituido de esta manera, el globo terráqueo llegará a ser una provincia gloriosa del universo, y una nueva morada imperial de la Majestad Divina. Entonces será una esfera sin mar (Apoc. 21:1) y luminosa, y poblada por miríadas de habitantes de igual categoría y posición con los ángeles de Dios.

Los medios por los cuales, desde el principio, él determinó llevar a cabo esta magnífica obra fueron, primero, poner los cimientos por medio de su energía creativa; segundo, por medio del sistema constitucional, y la omisión angélica, que los hombres denominan “providencia”, para moldear y dirigir todas las cosas a fin de concretar el fin propuesto.; tercero, por medio de la fuerza moral de la verdad demostrada y atestiguada; cuarto, por medio de la interferencia judicial en los asuntos humanos; y, por último, por medio de energía recreativa en la renovación de la tierra. Cuando la gigantesca obra esté perfeccionada, el edificio estará completo; y la piedra principal impuesta con gozosa exclamación, diciendo: “¡Gracia, gracia a ella!”

 

 

DISERTACIÓN ACERCA DE LOS ELOHIM

 

Los principios de la gramática universal requieren en general que un “verbo concuerde con su nominativo en número y en persona”; como, por ejemplo, el espíritu se mueve, las aguas rugen. Aquí el espíritu está en número singular y en tercera persona; y así está la forma verbal “se mueve”; de ahí que concuerdan en número y en persona: la frase “las aguas” está en tercera persona plural y así está la forma verbal “rugen”; de modo que también concuerdan. Pero parece que en el primer capítulo de Génesis, el espíritu, bajo cuya guía escribió Moisés, no tomó en cuenta esta regla. En el primer versículo se lee “Berayshith bara Elohim, es decir, en el principio los Elohim creó. En esta frase bara es el verbo en tercera persona singular, y Elohim un sustantivo en tercera persona plural; así que no concuerdan conforme a la regla. Para que haya una concordancia, o el sustantivo debería ser Eloah, o El, en singular, o debería permanecer tal como está en plural, y entonces se debería cambiar el verbo a barau; quedando como barau ELOHIM (ellos) crearon. Pero no está escrito así; en cambio, se lee literalmente (los) Elohim (él) creó.

Hablando de Elohim, el Dr. Wilson dice: “Que este sustantivo, que no está involuntariamente unido aquí con el verbo singular bara, es, no obstante, realmente plural, lo que se muestra no tan sólo por su terminación im, sino además porque frecuentemente se une con adjetivos, pronombres y verbos en plural. Vayyomer Elohim nashah adam betzalmainu, es decir, Elohim dijo: ‘Hagamos al hombre a nuestra imagen’”. El Sr. Parkhurst, en su léxico bajo la palabra alah, cita muchos pasajes donde Elohim está asociado con otros plurales. En un cuidadoso examen no se encontrará ninguna buena razón para objetar la conclusión de que Elohim es un sustantivo plural y significa “dioses”.

 

Pero, por qué el plural Elohim, dioses, debería estar asociado a un verbo singular en este capítulo, es algo que los hebraístas se han visto en gran medida perplejos para responder satisfactoriamente tanto para ellos mismos como para los demás. Al fallar la gramática, ellos han tenido que recurrir al dogmatismo para explicar la dificultad. El Dr. Wilson observa correctamente que el término “Elohim no está involuntariamente unido aquí con el verbo singular”; aunque en mi opinión los señores Wilson y Parkhurst han equivocado grandemente la intención. Ellos imaginan que la intención era revelar una trinidad de personas, o, como lo expresan algunos, una “sociedad en Dios”. El Dr. Wilson observa que la frase “Hagamos al hombre es una expresión de consulta, y marca una diferencia en la creación del hombre de otras criaturas en cuestión de importancia. ‘Hagamos al hombre’ considera la naturaleza animal; ‘a nuestra imagen’ denota su naturaleza espiritual, sólo la cual podría asemejarse a la Deidad. ‘Hagamos’, etc., ‘a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza’. Aquí está la pluralidad expresada tres veces, y en primera persona; una manifiesta concordancia, y prueba, de la doctrina bíblica  de una pluralidad de la Deidad, a la cual, como Dios es uno en esencia, damos el nombre de personas”.

Elohim, dice Parkhurst, es “un nombre que normalmente se da en las Escrituras hebreas a la siempre bendita Trinidad”. Él escribió un folleto contra el Dr. Priestley y el Sr. Wakefield para probar una pluralidad de Elohim ¡en Jehová! Si el lector entiende quienes son los Elohim, esto parecerá un caso extraordinario de ignorancia y locura de eruditos. Es igual que si tratara de probar que hay tres príncipes en un solo rey; o tres ángeles en un solo arcángel. Sin embargo, en una sola cosa concuerdo plenamente con él, a saber, que se denota una pluralidad de agentes en la historia mosaica de la creación terrestre. Por medio de la fe entendemos que el espíritu, o palabra, actuaba por conducto de ellos en la formación de todo lo terrestre; pero, que todos estos agentes estuvieran dentro de la esencia divina constituyendo una “sociedad en Dios” es un camello demasiado grande para mi poder de deglución.

Un primer principio que hay en mí en todos los razonamientos sobre este tema es que “hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos, y en todos” su familia espiritual. Otro axioma es que él es “el bienaventurado y único Soberano, Rey de reyes y señor de señores, el único que tiene inmortalidad que habita en luz inaccesible; A QUIEN NINGUNO DE LOS HOMBRES HA VISTO ni puede ver” (1 Tim. 6:15; 1:17). Y además “Dios es Espíritu” (Juan 4:24); y es “incorruptible” (Rom. 1:23). EL ESPÍRITU INCORRUPTIBLE QUE MORA EN LUZ es la revelación bíblica acerca de la indefinible esencia del Eterno auto-existente, que es de eternidad en eternidad. Dios. En qué consiste su esencia, él no lo ha revelado; él nos ha dado a conocer su nombre, o carácter, lo cual es suficiente para el conocimiento de los hombres; pero decir que, porque es Espíritu él es, por lo tanto, “inmaterial”, es un completo desatino, porque la inmaterialidad es la nada misma; una cualidad, si podemos llamarla así, ajena al universo de Dios.

“A Dios” –-dice Jesús—“nadie le vio jamás”; pero Adán, Abraham, Jacob, y Moisés vieron a los Elohim y al Señor de ellos; por lo tanto, Elohim no significa necesariamente el Padre Eterno mismo.

Elohim es un nombre conferido a ángeles y a clases de hombres. Está escrito: “¡Póstrense ante él todos los dioses! [Elohim]” (Salmos 97:7). Pablo cita esto en el primer capítulo de Hebreos, como un mandato del Padre Eterno a los ángeles de que deben rendirle homenaje al Señor Jesús como Hijo suyo cuando él lo presente de nuevo al mundo al inicio de la Época Futura. También está escrito referente a él: “Le has hecho un poco menor que los ángeles [Elohim]”. Pablo aplica esto a Jesús, diciendo: “Vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús”. Él continuó siendo inferior a ellos durante un poco más de treinta años, desde el nacimiento de la carne hasta su resurrección; cuando fue exaltado muy por sobre ellos en categoría y dignidad, incluso a la “diestra del poder”, que está entronizado en luz, donde mora la majestad en los cielos.

Aquellos a quienes vino la palabra de Dios por medio de Moisés se les llama Elohim, como está escrito: “Yo dije: Vosotros sois dioses [Elohim], y todos vosotros hijos del Altísimo. Pero como hombres moriréis, y caeréis como cualquiera de los príncipes” (Salmos 82:6-7; Juan 10:34). “No injuriarás a los jueces [Elohim] ni maldecirás al príncipe de tu pueblo” (Éxodo 22:28); es decir, ‘no injuriarás a los magistrados ni maldecirás al sumo sacerdote, o rey’ (Hechos 23:5).

Además, es un principio bien establecido de los sagrados escritos que lo que el Padre Eterno hace por medio de sus agentes, se considera como si lo hubiese hecho él mismo. Hay en la ley una máxima similar a ésta, la cual es más o menos así: qui facit per alios, facit per se, lo que uno hace por medio de otros, es uno mismo quien lo hace. Si se tiene esto en mente, muchas incongruencias armonizarán. De este modo, se dice que el Señor apareció a Abraham, mientras se hallaba sentado a la entrada de su tienda (Génesis 18:1); pero cuando levantó la mirada y vio al visitante, no vio al Señor sino a “tres hombres”, o Elohim, de los cuales uno era el jefe. Lea el capítulo completo y hasta el versículo veintinueve del capítulo siguiente, y se verá que el Dios Eterno conversa y actúa por medio de estos Elohim, pero principalmente por medio de uno de ellos, llamado el Señor Dios.

En otro lugar, se dice que Dios se apareció a Jacob (Génesis 35:9), y en el versículo once él le dice: “Yo soy el Dios Omnipotente”; y en el trece: “Y Dios se fue de él, del lugar en donde había hablado con él”. En aquel tiempo Jacob estaba en Betel, donde anteriormente “se le había aparecido los Elohim”. En esa ocasión soñó que veía una escala que desde la tierra llegaba hasta el cielo, “y ángeles de Dios subían y descendían por ella. Y el Señor estaba en lo alto de ella”. Estos ángeles eran los Elohim, o “espíritus ministrantes, enviados para ayudar a los que serán herederos de la salvación” (Hebreos 1:14). En una ocasión, ellos le declararon a Jacob las promesas que se habían hecho a su padre  y a su abuelo en el nombre del “Dios invisible”; él luchó con Dios al luchar con uno de ellos, etc. De ahí que ellos hablan en primera persona como personificaciones de la Invisible e Incorruptible Substancia, o Espíritu, que es el verdadero autor de todo lo que ellos dicen y hacen.

En cierta ocasión, el Dios Invisible le habló a Job desde dentro del torbellino, y dijo: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes entendimiento. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿Quién extendió sobre ella cordel?... ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?” Job no podía contestar estas preguntas. Sin duda, él sabía lo que los Elohim habían hecho; pero “alcanzar al Todopoderoso”, por cuyo espíritu operaban ellos, “no podemos”, dijo Eliú. Estas estrellas del alba e hijos de Dios eran los Elohim. A Jesús se le llama “la estrella resplandeciente de la mañana”, “la estrella diurna”, y el Hijo de Dios. Por lo tanto, decir que los Elohim son las estrellas del alba y los Hijos de Dios, es hablar en el len guaje de las Escrituras.

La relación de los Elohim con él que mora en la luz en la obra de la creación y la providencia se puede entender mejor por medio de la siguiente ilustración. Los filósofos de laboratorio pueden formar agua, aire y tierras; pueden bajar rayos desde el firmamento; pueden pesar, o más bien calcular el peso del sol, la luna y las estrellas; pueden hablar por medio de la electricidad; pintar por la luz del sol; y superar al viento por medio del fuego. Éstas son combinaciones maravillosas de su ingenio. Pero, ¿qué tienen éstos que ellos no recibieron? ¿Y de quién lo recibieron? Ellos someten ciertas sustancias bajo ciertas condiciones. Ellos no originan ni un solo principio. Los elementos y las leyes a las cuales están sujetos todos los cuerpos simples y complejos, son independientes de los científicos. Ellos pueden decir: “Que se forme agua”; y al pasarla chispa eléctrica por la mezcla gaseosa, se formará agua; pero es el poder de Dios el que lo hace, y no el de ellos.

De igual manera, los Elohim dieron la palabra; trajeron los elementos latentes del globo y los activaron; dieron dirección y aplicación al poder; y el Espíritu del Dios Invisible llevó a cabo todo lo que a ellos se les mandó organizar. El Espíritu del Dios Incorruptible por medio de los Elohim creó los cielos y la tierra. Ellos dijeron: “Hágase la luz”; ellos vieron que era bueno; él hizo el firmamento; ellos lo llamaron cielo; él lo hizo todo por medio de ellos; y ellos ejecutaron por medio del poder de él lo que él ordenó. Este poder, o Espíritu, que se les encomendó a ellos, llegó a ser “el Espíritu de los Elohim”. De ahí que en el principio el Espíritu de los Elohim creó; lo cual habiendo sido explicado claramente en el segundo versículo del primer capítulo de Génesis, después no fue necesario repetirlo; de manera que en todo el capítulo se escribe “Elohim” en vez de “el espíritu de los Elohim”, y se halla en conexión con un verbo singular, no como su nominativo, sino como la palabra gobernada del nominativo singular ruach. Entendiéndose como Espíritu. Esta es la solución que ofrezco de este enigma gramatical.

Es una parte del “poderoso engaño” que ha suplantado a la verdad, que supone que el Dios Invisible dejó el trono del universo para hacer una visita a esta región de la inmensidad, donde, como un mecánico construyendo una casa, trabajó en crear la tierra y todas las cosas que contiene. Después de esta fantasía, se supone que hizo al hombre; y cuando su mecanismo estuvo completo, aplicó su boca a las narices de él y “sopló dentro de él una partícula de su propia esencia divina, por cuyo medio llegó a ser un alma viviente e inmortal”.

Semejante procedimiento de parte del “Único Potentado”, cuya morada se halla en la luz, y cuyos siervos, los Elohim, son innumerables, habría sido inadecuado para su dignidad e inderivada exaltación. Él se nos ha revelado como un Potentado, un Rey, un Señor, etc.; ahora bien, aquellos que ocupan estos puestos ofrecen a los demás el servicio de ejecutar la voluntad y deseos de ellos. Y así también es con el Invisible y Eterno Potentado. Su reino domina sobre todos. Sus ángeles, o los Elohim, poderosos en fortaleza, cumplen sus mandatos, obedecen la voz de sus palabras. Ellos son sus huestes; sus ministros que hacen su voluntad (Salmos 103:19-20).

Es a la luz de esta revelación que yo entiendo el relato mosaico de la creación. Complació al Rey Eterno hace seis mil años añadir una  nueva provincia habitable a su dominio; no por medio de una creación original de un globo, sino por la reconstitución de uno ya existente como uno de los planetas solares. Él mandó a sus ángeles que fueran a ejecutar la obra de acuerdo al orden detallado por Moisés. Ellos obedecieron la voz de su palabra; y en seis días terminaron todo lo que se les mandó hacer. Pero sin su poder ellos no podrían haber efectuado nada; por lo tanto, en la h historia todas las cosas se refieren a él. Lo que él quería, los Elohim lo ejecutaban por medio del Espíritu de él.

Todos los animales inferiores son más o menos observadores; pero la serpiente era la más observadora de todos los que había hecho el Señor de los Elohim. Ella notó los objetos a su alrededor, y entre éstos observó a los “dioses”, o las “Estrellas del Alba e Hijos de Dios”, a los cuales se parecería, le dijo a Eva, si comía del árbol del conocimiento del bien y del mal. En hebreo la palabra traducida como “dioses” es Elohim, lo mismo ocurre en todo el primer capítulo. ¿De qué otra fuente si no es la vista de sus ojos, a menos que haya sido por revelación divina, pudo la serpiente haber obtenido información acerca de los “dioses”? Ella habló de lo que había visto y oído. Pero los animales estaban aún sin un rey; por lo tanto, dijo el Principal de los Elohim: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. No había ninguno como los Elohim, de todas las criaturas que ellos habían hecho, por lo tanto, determinaron hacer un animal semejante a la forma de ellos. Lo moldearon con cabeza, extremidades y cuerpo como el de ellos; así que él se levantó delante de ellos como la imagen terrenal de los celestiales Elohim. Tanto su imagen como Set era la imagen de su padre Adán (Gén. 5:3).

 No hemos dicho que la semejanza del hombre a los Elohim consistía en ser “muy bueno”; sino que el Espíritu de Dios lo formó “muy bueno” en el mismo sentido que formó a todos los otros animales. Ellos no carecían de carácter; así fue la de él, pero su calidad de bueno era física, no moral; la de los Elohim consistía en ambas. Sin embargo, en cierto sentido, el hombre fue formado a la semejanza de los Elohim. Esta semejanza, ya la hemos mostrado, pero se puede repetir aquí que consistía en la capacidad del hombre para manifestar fenómenos mentales como el de ellos; y en su susceptibilidad de una exaltación a la naturaleza y categoría de ellos, sobre los mismos principios que ellos los habían obtenido. Por esta similitud él fue distinguido de todos los otros animales que ellos habían formado. Fue constituido como los Elohim, aunque de naturaleza inferior. El podía manifestar intelecto y disposición incluso como ellos, y podía conocer el mal como lo habían conocido ellos.

El Dr. Wilson observa que la frase “Hagamos al hombre es una expresión de consulta, y marca una diferencia en la creación del hombre en contraste con las otras criaturas en un sentido de importancia”. En esto no tengo ninguna objeción, y creo que la “sutil serpiente” oyó por casualidad la consulta y, por lo tanto, pudo decirle a Eva que había un detalle por el cual ella podía ser como los Elohim, ka-elohim, por medio de comer el fruto, y que no podría parecerse a ellos a menos que comiera, a saber, “conociendo el bien y EL MAL”. En este punto, el hombre era distinto a los Elohim cuando fue declarado “muy bueno”. Ni fue este punto de la tentación una falsedad, porque el Señor de los Elohim dijo a sus compañeros celestiales: “He aquí el hombre ha llegado a ser COMO uno de nosotros, conociendo el bien y el mal” (Gén. 3:22). En esto, entonces, el hombre llegó a ser aún más como los Elohim, y en esta semejanza él ha continuado desde entonces. Pero gracias al Dios Invisible y al Padre de los santos, el hombre está colocado bajo una ley de progreso. Su prototipo ya se ha ido. Él fue hecho “un poco menor que los Elohim”, porque no tomó sobre sí la naturaleza de ellos, sino que asumió la de la simiente de Abraham. Sin embargo, su naturaleza es ahora como la de ellos, siendo espiritual, es decir, INCORRUPTIBLE E INMORTAL. “Seremos semejantes a él”, dice Juan; de ahí que también seremos “iguales a los ángeles”, como Jesús mismo lo había afirmado (Lucas 20:36).

Los arcángeles-Elohim dijeron que el hombre había llegado a ser COMO uno de ellos en el tema de conocer el bien y el mal. Esto es también un argumento para su semejanza a una pluralidad de personas; y además muestra que los Elohim estuvieron ALGUNA VEZ en una condición similar al hombre después de que él hubo transgredido. El Señor de los Elohim declara que ellos también habían sido experimentalmente sensibles al mal, porque ésta es la idea expresada por la palabra hebrea YADA, conocer. En resumen, es creíble que ninguno de los Elohim de los dominios del único Potentado fue creado inmortal; sino terrenal, o animal, como Adán. El Rey eterno es el único ser que es originalmente inmortal en todo sentido, de ahí que está escrito: “El único que tiene inmortalidad”. La inmortalidad de todas las otras inteligencias se deriva de él como galardón por la “obediencia por la fe”. Los hombres justos en la resurrección de las Primicias serán iguales a los Elohim.

¿Diremos que estas “Estrellas de la Mañana e Hijos de Dios” no lograron la naturaleza espiritual por medio de un progreso similar al hombre; ya que aquel “que fue hecho mucho mejor que ellos”, o sea, Jesús, “la Estrella Resplandeciente de la Mañana”, “fue hecho perfecto por medio de los sufrimientos”? ¿No han tenido ellos que soportar tribulaciones, o pasar pruebas por medio de refinar su fe como  el oro es probado? Es creíble, por lo tanto, que alguna vez fueron hombres animales de otras esferas; que en un estado anterior, estuvieron “sujetos a la vanidad, no de buen grado”; que mientras estuvieron en la carne creyeron y obedecieron a Dios con la disposición de auto-sacrificio que después evidenció Abraham; que la fe de ellos les fue contada por justicia; que sucumbieron ante la muerte como hombres mortales; que se levantaron de entre los muertos, y así lograron la incorruptibilidad y la inmortalidad como los Elohim del Dios Invisible.

Nuestro sistema mundano no es más que el modelo de cosas de otros mundos, que hace mucho tiempo ya obtuvieron esa perfección que le espera a la tierra; y probablemente una ilustración de lo que pueden obtener ahora en otros planetas donde los habitantes aún no han avanzado  más allá de la era animal y probatoria de su historia. Nuestros ángeles, o los Elohim, me refiero a las huestes celestiales, a cuyos asuntos de la superintendencia terrestre están consignados hasta que el Señor Jesús asuma las riendas del gobierno; no todos los Elohim, sino aquellos que están relacionados con nosotros y que “siempre contemplan el rostro de Dios”, y ministran voluntad de ellos hacia los hijos de los hombres. Ésta es la gloria de ellos; una parte de su galardón. Él los envía para formar y llenar la tierra de almas vivientes. Ellos ejecutan su comisión de acuerdo con el propósito de él.

¡HE AQUI ENTONCES LA CONSUMACIÓN! Seres mortales y corruptibles como nosotros mismos llegaron a ser Elohim, poderosos en fortaleza, y formadores de nuevos mundos de los cuales el planeta que habitamos, incluso en su estado actual, es una muestra grandiosa y gloriosa. “He aquí”, dice Jesús, quien en un tiempo fue un niño de pecho, sin poder en la muerte, pero ahora revestido de todo poder, “Yo hago nuevas todas las cosas”. Ellos dedsarrollarán, a partir de las cosas que existen, un mundo nuevo y magnífico, como una adecuada y debida habitación para sus compañeros, redimidos por su sangre de entre los hijos de los hombres. Éste es el destino que espera a aquellos que llegarán a ser “igual a los ángeles” por medio de una resurrección a la vida eterna.   

                                                                                                             

                                                 segunda parte - capítulo 1

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