Elpis Israel - Capítulo 2 (continuación)

              Pero puede objetarse que el día en el texto debe estar limitado al día en que comieron, porque dice: “El día que de él comieres, ciertamente morirás”; y como no estuvo comiendo de él durante 930 años, sino que sólo participó de él una sola vez en un cierto día natural, no puede referirse a ese largo período. Pero no estoy dispuesto a admitir que la acción física de comer es la única ocasión de comer que se indica en el texto. Adán se alimentó del fruto del Árbol del Conocimiento todo el tiempo desde que comió del fruto natural hasta que murió. El fruto natural en su efecto era una representación del fruto de transgredir lo prohibido, que decía: “No comerás de él”. El fruto figurado era de naturaleza mixta. Era “bueno”, o agradable a los ojos; pero “malo” en sus consecuencias. “Por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20), porque “el pecado es la transgresión de la ley” (1 Juan 3:4). El pecado es agradable para la carne, porque las acciones prohibidas son naturales para él. Es ese “buen” fruto el que el hombre animal se deleita en comer. La carne, los ojos y la vida tienen todos los deseos de ellos, o pasiones, que, cuando se satisfacen, constituyen el principalísimo bien que buscan los hombres que están bajo su dominio.

 

Pero Dios ha prohibido la indulgencia en estos deseos. Él dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que está en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15, 16). Y además: “La amistad del mundo es enemistad contra Dios. Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4:4). Y “Si vivís conforme a la carne, moriréis” (Rom. 8:13). Estas palabras son inequívocas. Caer, entonces, en los placeres ilícitos, que “la carne de pecado” llama “buenos”, es “dar a luz el pecado” (Santiago 1:15). “Todo lo que el hombre sembrare, eso mismo segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción” (Gálatas 6:7-8). Todos “los males que hereda la carne” conforman el “mal” que ha venido sobre el hombre como resultado de transgredir la ley de Dios, que se dijo a Adán: “No comerás de él”. El fruto por haber comido fue la satisfacción de su carne en sus deseos, y que él y su posteridad quedaran sujetos al “mal” de comer del suelo maldecido con sufrimiento todos los días de su vida (Génesis 3:17-19).

 

Toda la posteridad de Adán, cuando alcanzan la edad de la pubertad, y sus ojos están en la crisis inicial, empiezan a comer del Árbol del Conocimiento del bien y del mal. Anterior a ese cambio natural, ellos están en su inocencia. Pero, de ahí en adelante, el mundo, como un árbol frutal enroscado semejante a la serpiente, se halla delante de la mente, induciéndola a tomar y comer, y disfrutar de las cosas buenas que ofrece. Especular sobre la legitimidad de ceder al deseo es en parte dar consentimiento. No debe haber razonamiento sobre la inocencia de ajustarse al mundo. Sus tentaciones exteriores, y los simpatizantes instintos de la carne interior, se deben suprimir al instante; porque parlamentar con sus deseos es peligroso. Cuando uno es seducido por “el engaño del pecado”, “de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:14, 15); en otras palabras, él coge el fruto prohibido, y muere, si no es perdonado.

 

Además, la frase “ciertamente morirás”, es prueba que la frase “en el día” se refiere a un período más largo que el día natural en que comió. Esta no fue una sentencia que se debía llevar a cabo en un momento, como cuando a un hombre se le da muerte de un balazo o en la guillotina. Requería tiempo; porque la muerte sentenciada era el resultado, o consumación, de un cierto proceso, el cual se indica muy claramente en el original hebreo. En este idioma, la frase es muth temuth, que vertida literalmente es MURIENDO, MORIRÁS. Entonces, la frase como un todo, se lee así: “El día que de él comieres, muriendo, morirás”. Por esta lectura, es evidente que Adán había de quedar sujeto a un proceso, pero no a un proceso interminable; sino que debería comenzar con la transgresión y terminar con su extinción. El proceso se expresa mediante muth, muriendo; y la última etapa del proceso mediante temuth, MORIRÁS.

 

Este punto de vista está totalmente respaldado por la paráfrasis que se halla en las siguientes palabras: “Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida HASTA que vuelvas a la tierra; porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gen. 3:19). El contexto de esto nos informa que Adán, habiendo transgredido, fue llamado a comparecer a juicio y sentencia por la ofensa. El Señor Dios lo interrogó, diciendo: “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?” Adán confesó su culpa, la cual ya estaba suficientemente manifiesta por su timidez y vergüenza ante su desnudez. Quedando probada la ofensa, entonces el Juez procedió a dictar sentencia sobre los transgresores. Hizo esto en el orden de transgresión; primero sobre la serpiente, luego sobre Eva, y finalmente sobre Adán en las palabras del texto. En éstas, la tierra es maldecida, y el hombre sentenciado a una vida de penosa labor, y a una disolución en el polvo original de donde salió. Los términos en los cuales el último detalle de su sentencia se expresan, aclaran la penalidad anexada a la ley. “Hasta que vuelvas a la tierra”, y “al polvo volverás”, son frases equivalentes a “muriendo, morirás”. De ahí que la interpretación divina de la sentencia, “el día que de él comieres, ciertamente morirás”, es, “en el día que comieres, todos los días de tu vida de dolor, regresando regresarás al polvo de la tierra de donde fuiste tomado”.  De este modo, “muriendo”, en el significado del texto, es quedar sujeto a una penosa, dolorosa y laboriosa existencia, que desgasta a un hombre y lo lleva al borde del sepulcro; y, por “morir”, se da a entender el fin, o última etapa de la existencia corpórea, la cual está marcada por un cese de respirar, y la descomposición en el polvo. De este modo, la vida del hombre desde la matriz hasta el sepulcro es una existencia moribunda; y, con tal de que él retenga su forma, como en el caso de Jesús en el sepulcro, él está existente en la muerte; porque lo que se denomina ser es existencia corpórea en la vida y en la muerte. El fin de nuestro ser es el fin de ese proceso por el cual somos disueltos en el polvo; cesamos de existir. Éste era el estado de Adán, si es que podemos hablar así, antes de que fuera creado. Él no tenía existencia. Y en esta falta de existencia, él llegó después de un lapso de 930 años desde su formación; y de este modo, quedó ilustrada prácticamente la penalidad de la ley y la sentencia del Juez. Porque desde el día de su transgresión, él empezó su peregrinaje al sepulcro, al cual con toda seguridad llegó. Hizo su cama en el suelo, y vio corrupción; y con su madre tierra se mezcló todo lo que era conocido como Adán, la cabeza federal y padre jefe del género humano.

 

EL ÁRBOL DE LA VIDA

“Que coma y viva para siempre”

 

Éste estaba plantado “en medio del huerto”. También era un árbol frutal. Parecería que se hallaba tan accesible como el Árbol del Conocimiento; porque después de que el hombre hubo comido de éste, fue sacado del huerto para que tampoco tocara ese árbol. Sin embargo, su fruto era de una calidad enteramente opuesta a la de aquel del cual había comido. Ambos árboles daban buen fruto; pero el del Árbol de la Vida tenía la cualidad de perpetuar para siempre la existencia viva del que comiera de él. Esto se desprende del testimonio de Moisés, quien informa que después de que los transgresores hubieron recibido juicio, “dijo Yahvéh Dios: He aquí el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal. Ahora, pues, no sea que alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre; por tanto, lo sacó Yahvéh Dios del huerto de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado” (Gen. 3:22, 23). Por esto, aprendemos que el Señor Dios había instituido este árbol para dar vida, y que Adán estaba consciente de lo que resultaría al comer de su fruto. Es probable que, si hubiese sido obediente a la ley del Árbol del Conocimiento, se le habría permitido comer del Árbol de la Vida después de que hubiera cumplido su destino como hombre animal; y, en vez de decaer poco a poco hasta desparecer en el polvo, habría sido “transformado en un abrir y cerrar de ojos”, como lo fue Enoc; y como ellos han de ser, los que estén listos para el Señor a su venida. Pero de esto nada podemos decir por seguro, porque nada se ha testificado sobre el tema; y no podemos ir más allá del testimonio de nuestra fe, aunque la opinión y la credulidad sí pueden hacerlo.

 

Entonces, si Adán hubiese comido del Árbol de la Vida, habría sido transformado de una alma viviente a una alma capacitada para vivir para siempre; y no sólo capacitada, sino que parecería que, siendo inmortal, el Señor Dios le habría permitido permanecer así. Porque, no hemos de suponer que, si algo llega a ser capacitado para una vida imperecedera, por lo tanto, su creador no puede destruirlo; en consecuencia, si Adán, como pecador, hubiera comido del Árbol de la Vida, su inmortalidad habría sido sólo permitida, y no necesitada contrariamente al poder del Señor Dios.

 

Haber permitido que Adán y Eva hubiesen llegado a ser inmortales, y permanecer así, en un estado del bien y del mal como sucede en el mundo, habría sido un castigo desproporcionado y despiadado. Habría sido poblar la tierra de pecadores inmortales, y convertirla en la morada de gigantes inmortales del crimen; en otras palabras, la tierra habría llegado a ser lo que los teólogos de los credos describen como el “infierno” que está en la imaginación de ellos. La buena obra del sexto día habría resultado ser entonces una terrible desgracia en vez del núcleo de una gloriosa manifestación de la sabiduría y poder divinos. Pero un mundo de pecadores imperecederos en un estado del bien y del mal, no era según el plan divino. Éste requería primeramente la santificación de los pecadores; luego su probación; y después su exaltación, o humillación, según sus obras. Por lo tanto, no sea que Adán invirtiera este orden y “se vista de inmortalidad” antes de que fuera moralmente renovado, o purificado del pecado, y la semejanza moral de Dios fuese formada en él nuevamente; el Señor Dios lo expulsó de las peligrosas inmediaciones  del Árbol de la Vida. Lo alejó para que entonces no se hiciera incorruptible e inmortal.

 

El primer indicio de inmortalidad para el hombre está contenido en el texto ya señalado. Pero, en este caso su posesión le fue esquiva. Fue expulsado, “no sea que coma y viva para siempre”. Fue porque la inmortalidad pertenecía a este árbol, o más bien, era transmisible por su intermedio al que lo come, que se denominaba otz ha-chayim, es decir, el Árbol de las Vidas; porque ese es su nombre cuando se vierte literalmente. La frase “de las vidas” es especialmente apropiada; porque era el árbol de la vida sin fin tanto para Adán como para Eva, si se les hubiera permitido comer de él. Si el mundo que induce a pecar, está aptamente representado por el árbol enroscado como serpiente, que imparte la muerte a su víctima, Cristo, que ‘ha vencido al mundo” (Juan 16:33), como el dador de vida a su pueblo, está bien manifestado por el otro árbol que está en medio del huerto; lo cual era un hermoso emblema del poder y sabiduría encarnados (Prov. 3:13, 18; 1 Cor. 1:24) de la Deidad, plantado como el Árbol de la Vida en el futuro Paraíso de Dios (Apoc. 22:2).

 

EL HOMBRE EN SU NOVICIADO

“Dios hizo recto al hombre”

 

Cuando la obra de los seis días estuvo completada, el Señor Dios repasó todo lo que había hecho, y lo declaró “bueno en gran manera”. Esta cualidad pertenecía a todo lo terrestre. Las bestias del campo, las aves del aire, los reptiles, y el hombre, eran todos “buenos en gran manera”; y todos componían un sistema natural de cosas, o mundo, tan perfecto como lo requería la naturaleza de las cosas. Sin embargo, su excelencia tenía relación únicamente con su cualidad física. El hombre, aunque “bueno en gran manera”, era así sólo como una parte de la divina mano de obra. Él fue hecho diferente de lo que posteriormente llegó a ser. Habiendo sido hecho a la imagen y semejanza de los Elohim, fue “hecho recto”. No tenía conciencia del mal; porque no sabía qué era eso. No era ni virtuoso ni vicioso; ni santo ni profano; sino que en sus comienzos era simplemente inocente de acciones buenas o malas. No teniendo una historia, carecía de carácter. Éste tenía que desarrollarse; y sólo podía formarse para bien o para mal por medio de su acción independiente bajo la ley divina. En resumen, cuando Adán y Eva salieron de la mano de su alfarero, se hallaban moralmente en una condición similar a un bebé recién nacido; con la excepción  de que un bebé nace bajo la constitución del pecado, e involuntariamente sujeto a la “vanidad” (Rom. 8:20), mientras que ellos vieron la luz por primera vez  en un estado de cosas donde el mal aún no tenía lugar. Fueron creados en la estatura de un hombre y mujer perfectos; pero con sus sentimientos sexuales sin desarrollar; en ignorancia y sin experiencia.

 

El intervalo entre su formación y su transgresión fue el período de su noviciado. El Espíritu de Dios los había hecho; y durante este tiempo “la inspiración del Omnipotente le hace entender” (Job 33:4; 32:8). De esta manera, les fue impartido conocimiento. Se convirtió en poder, y les permitió enfrentar todas las exigencias de su situación. De este modo, fueron “enseñados por Dios”, y llegaron a ser los depositarios de aquellas artes y ciencias, en las cuales posteriormente instruyeron a sus hijos e hijas, para capacitarlos para labrar la tierra, cuidar los rebaños y las manadas, proveer las comodidades de la vida, y subyugar la tierra.

 

Guiados por los preceptos del Señor Dios, su conciencia siguió siendo buena, y su corazón valeroso. “Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban” (Gen. 2:25). Como niños en su desnudez, ellos tampoco sentían vergüenza; porque, aunque adultos en estatura, sin embargo, estando en la infancia de la naturaleza, se hallaban en presencia de los Elohim y en frente el uno del otro, sin bochorno. Este hecho no está consignado accidentalmente. Como veremos más adelante, es una pista, por así decirlo, dada para que podamos entender la naturaleza de la transgresión.

 

Mientras se hallaban en el estado de bien, sin mezcla con el mal, ¿eran Adán y Eva mortales o inmortales? Esta es una pregunta que se presenta a muchos que estudian el relato mosaico del origen de las cosas. Es una pregunta interesante, y digna de toda atención. Algunos replican precipitadamente que eran mortales; es decir, si no habían pecado, igualmente tenían que morir. Es probable que morirían después de un largo período, si ningún nuevo cambio se efectuaba en su naturaleza. Pero el Árbol de la Vida parece haber sido provisto con el propósito de que se efectuara esta transformación por medio de comer de su fruto, si ellos se hubieren mostrado dignos del favor. La naturaleza animal más pronto o más tarde se disolverá. No fue constituida para que continuara con vida para siempre, independiente de cualquier otra modificación. Por lo tanto, podemos admitir la corruptibilidad, y la consiguiente mortalidad, de su naturaleza, sin necesidad de decir que eran mortales. La tendencia inherente de su naturaleza a morir habría sido detenida; y ellos habrían sido transformados como lo fueron Enoc y Elías; y como aquellos de quienes dice Pablo: “No todos dormiremos”. Los aquí indicados poseen una naturaleza animal y, por lo tanto, corruptible; y, si no son “transformados”, seguramente morirían, pero, en vista de que han de ser “transformados en un abrir y cerrar de ojos, al sonar la trompeta final”, aunque corruptibles, no son mortales. Por lo tanto, en este sentido, digo yo, que en su noviciado, Adán y su esposa tenían una naturaleza susceptible de corrupción, pero no estaban sujetos a la muerte, o a lo mortal. La penalidad fue que “muriendo, morirás”, es decir, ‘no se te permitirá comer del Árbol de la Vida deteniendo la disolución; pero la tendencia inherente de tu naturaleza animal seguirá su curso y te hará regresar al polvo de donde viniste originalmente’. La mortalidad era por la desobediencia como la paga del pecado, y no una necesidad.

 

Pero, si no eran mortales en su noviciado, también es cierto que no eran inmortales. Decir que los inmortales fueron expulsados del huerto del Edén para que no vivieran para siempre comiendo del árbol, es absurdo. La verdad en pocas palabras es que el hombre fue creado con una naturaleza dotada de ciertas susceptibilidades. Él era capaz de morir; y capaz de una vida sin fin; pero, ya sea que se fusione con la mortalidad, o, por una transformación física sea dotado de inmortalidad, se basaba en su elección para hacer el bien o el mal. No debe confundirse capacidad con llenura. Un vaso puede ser capaz de contener medio litro de líquido; pero no significa, sin embargo, que contiene medio litro, o que incluso contenga algo. En el Paraíso de Edén, la mortalidad y la inmortalidad fueron colocadas delante del hombre y su compañera. Ambas eran independientes de ellos. Ellos habían de evitar la primera, y procurar la última mediante la obediencia a la ley de Dios. Eran capaces de quedar llenos con cualquiera de las dos; pero cuál tendrían dependía de sus acciones; porque la inmortalidad es el objetivo de la santidad (Rom. 6:22), sin la cual nadie puede ver al Señor.

 

No encontramos en la historia mosaica ningún vestigio de observancias ceremoniales, o adoración religiosa, que tenga que ver con el noviciado. Descansar un día de siete; creer que el Señor Dios cumpliría su palabra si ellos transgredían; y abstenerse de tocar el Árbol del Conocimiento, era todo lo que su generoso benefactor requería. No había “religión” en el huerto del Edén; nada de sacrificios u ofrendas; porque el pecado era aún desconocido allí. Su tenencia del Paraíso se basaba en su abstinencia del pecado; de modo que podía perderse el derecho sólo por transgresión de la ley del Señor.

 

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