Elpis Israel - Capítulo 2 (continuación)

EL HOMBRE A LA IMAGEN Y SEMEJANZA DE LOS ELOHIM

"Le has hecho poco menor que los ángeles"

 

Las Escrituras dicen que los hombres y las  bestias "un mismo aliento [ruach] tienen todos; no tiene preeminencia el  hombre sobre la bestia". La razón asignada para esta igualdad es la unidad del espíritu de ambos, lo  cual queda demostrado por el hecho de su destino  común; como está escrito, "porque todo es vanidad"; es decir, "todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo al polvo volverá". No obstante, este solo espíritu manifiesta sus tendencias de manera diferente en los hombres y en  las otras criaturas.  En los primeros, es ambicioso y desobediente a Dios, regocijándose en sus propias obras y dedicado a la vanidad del momento pasajero;  mientras que los segundos, su disposición es servil a la tierra en todas las cosas. De este modo, el corazón del hombre es "engañoso... más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo  conocerá?" Salomón se sintió impulsado a exclamar: "¿Quién sabe si el espíritu de los hijos de los hombres [ruach beni headam] sube a lo alto, y si el espíritu del animal desciende a lo hondo de la tierra?" (Eclesiastés 3:19-21). Podemos responder: "Nadie, excepto Dios solamente"; él sabe lo que hay en el hombre, y no tiene necesidad de que nadie le dé testimonio de él (Juan 2:25).

 

Pero, por este testimonio, alguien podría inferir que, como el hombre fue hecho sólo "un poco menor que los ángeles", y sin embargo "no tiene preeminencia el hombre sobre la bestia", la bestia también es sólo un poco menor que los ángeles. Sin embargo, ésta sería una conclusión muy errónea. La igualdad de los hombres y otros animales consiste en la clase de vida que poseen en común unos a otros. La vanidad, o mortalidad es todo lo que concierne a cualquier clase de carne viviente. Todo el mundo animal está sujeto a ella; y como  afecta a todas las almas vivientes por igual, al traerlas de vuelta al polvo, ninguna especie puede reclamar preeminencia sobre la otra; porque lo que sucede a hombres y bestias "es lo mismo: como mueren los unos, así mueren las otras".

 

Sin embargo, el hombre difiere de otras criaturas en que fue modelado conforme a una representación o patrón divino. En forma y capacidad fue hecho semejante a los ángeles, aunque de naturaleza inferior a ellos. Esto se desprende por el testimonio de que fue hecho "a su imagen y semejanza", y "un poco menor que los ángeles", o Elohim (Salmos 8:5). Digo que fue hecho a la imagen de los ángeles, como la interpretación del imperativo cooperativo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza". La obra de los seis días, aunque elaborada por el poder de aquel  que "habita en luz", fue ejecutada por "sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutan su palabra, obedeciendo la voz de su palabra" (Salmos 103:20). A éstos se les llama Elohim, o "dioses" en numerosos pasajes. David dice: "Adórenle todos los dioses" (Deuteronomio 32:43 Septuaginta; Salmos 97:7), que Pablo aplica a Jesús, diciendo: "Adórenle todos los ángeles de Dios" (Hebreos 1:6). Entonces, el hombre fue hecho a la imagen y semejanza de los Elohim, pero, por una temporada, inferior en  naturaleza. Pero la raza no siempre será inferior en este sentido. Está destinada a avanzar a una  naturaleza mayor;  no todas las personas, sino aquellos de la raza "que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo [la época futura] y la resurrección de entre los muertos... no pueden ya más morir, porque son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección" (Lucas 20:35, 36).

 

La importancia de la frase "a la imagen y semejanza" es sugerida por el testimonio de que "Adán... engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set" (Génesis 5:3). En este sentido, Set estaba relacionado con Adán, tal como Adán lo estaba con los Elohim; pero diferían en esto, que la naturaleza de Adán y Set era idéntica;  mientras que las de Adán y de los Elohim eran distintas. ¿Estaría alguien tan desorientado para saber el significado de que Set fuera a la imagen de su padre? Exactamente lo mismo significa que Adán fuera a la imagen de Elohim. Una imagen es la representación de alguna forma o figura; metafóricamente, puede significar el parecido exacto de un carácter a otro. Pero en el caso que tenemos delante, las partes no tenían carácter al tiempo de su nacimiento. Eran simplemente inocentes de trasgresión alguna; ninguna posibilidad se les dio para desarrollar el carácter. Sin embargo, los Elohim eran personajes de dignidad y santidad, además de tener una  naturaleza incorruptible, o espiritual. Por lo tanto, el parecido de Adán con los Elohim como imagen de ellos era de forma corporal, no de un logro intelectual y moral; y pienso que esta es la razón de por qué a los Elohim se les llama "hombres" cuando las Escrituras de la verdad consignan sus visitas a los hijos de Adán. En forma física, Set era semejante a Adán; Adán semejante a Elohim, y los Elohim son la imagen del invisible Increado, el grande y glorioso arquetipo del universo inteligente.

 

Set era también "a la propia imagen de Adán". Entonces, mientras que imagen hace referencia a la forma o figura, "semejanza" tiene que ver con la constitución mental, o capacidad. Por la forma de su cabeza, en comparación con otras  criaturas, es evidente que el hombre tiene una capacidad mental que lo distingue de todas ellas. La semejanza de ellos con él es leve. Ellos pueden pensar; pero sus pensamientos sólo son sensuales. No tienen sentimientos morales, ni elevadas aspiraciones intelectuales, sino que son serviles en todos sus instintos, los cuales sólo se inclinan a tierra. En proporción, a medida que la cabeza de ellos asume la forma humana en la misma relación se superan en sagacidad; y, como en la tribu de simios,  manifiestan una mayor semejanza con el hombre. Pero, revirtamos el caso; que la cabeza humana degenere de la perfección divina de los Elohim, el estándar de belleza en forma y características; que diverja hacia la imagen de un simio, y el animal humano deja de presentar la imagen y semejanza de los Elohim; más bien, la imbecilidad chillona de la criatura más se le parece en  la forma. La capacidad mental de Adán lo facultaba para comprender y recibir ideas espirituales, las cuales lo impulsaban a la veneración, esperanza, rectitud, la expresión de sus ideas, afectos, y así sucesivamente. Set estaba capacitado para una manifestación semejante de percepciones intelectuales y  morales; y de una asimilación del carácter con el de su padre. Por lo tanto, él era a la semejanza así como a la imagen de Adán; y, de la misma manera, ambos eran "a la semejanza de los Elohim".

 

Pero, aunque Adán fue "hecho a la imagen y semejanza" de los "Santos", la similitud se ha deteriorado tanto que su posteridad muestra tan sólo una débil representación de ambas. La casi incontrolada y continua operación de "la ley del pecado y de la muerte" (Romanos 8:2) que los filósofos denominan "la ley de la naturaleza", la cual es un constituyente residente e inseparable de nuestro sistema actual, ha deformado considerablemente la imagen y  borrado la semejanza a Dios que el hombre presentaba originalmente. Por lo tanto, requería la manifestación de un Hombre Nuevo, en quien reapareciera la imagen y semejanza, como en el principio. Éste fue "Jesucristo hombre", al que Pablo denomina "el último Adán". Él es "la imagen del Dios invisible" (Colosenses 1:15); "el resplandor de su gloria, y la imagen misma de sustancia" (Hebreos 1:3). De ahí que, en otro lugar, Pablo diga que él era "en forma de Dios" (Filipenses 2:6, 7, 8) y también "haciéndose semejante a los hombres, y hallándose en la condición de hombre". Siendo de este modo la imagen y semejanza del Dios invisible, así como del hombre, el cual,  a su vez, fue creado a la imagen y semejanza de los Elohim, se hizo igual a Dios al afirmar que Dios era su Padre (Juan 5:18), aunque nacido de "carne de pecado". Siendo, de este modo, altamente relacionado por paternidad, imagen y carácter, no obstante, fue "hecho poco menor que los ángeles"; porque no se manifestó en la naturaleza superior de los Elohim, sino en la naturaleza inferior de la simiente de Abraham (Hebreos 2:16). Esta fue la primera etapa de su manifestación, así  como la presente es de los santos que son sus hermanos. Pero él es el designado "heredero de todo, y por quien, asimismo, hizo el universo... Los mundos fueron formados por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue de lo que no se veía" (Hebreos 1:2; 11:3). Pero, dice el apóstol "todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de honra por el padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos" (Hebreos 2:8, 9). De este modo, habiendo sido abatido, y por este misericordioso propósito, ya no es más "poco menor que los ángeles". Él es igual a ellos en cuerpo; y hecho tan superior a ellos en rango, dignidad, honor y gloria "cuando alcanzó por herencia más excelente nombre que ellos" (Hebreos 1:4).

 

En Jesús, entonces, resucitado de entre los  muertos incorruptible, y vestido de fulgor como cuando fue transfigurado en el Monte Santo (Mateo 17:2), contemplamos la imagen y semejanza del Dios invisible. Cuando lo contemplamos por fe, ya que de aquí en adelante será por vista, vemos un RESPLANDOR del cual se refleja la gloria de Yahvéh en grandeza intelectual, moral y física. Aquel que quisiera conocer a Dios, debe observarlo en Cristo. Si él estuviese familiarizado con él como se le representa en los profetas y apóstoles, él entenderá el carácter de Dios, al que ninguno ha visto, ni puede ver; ¿quién acusó a sus ángeles de locura, y ante quién los cielos no están limpios? Jesús fue la verdadera luz que brillaba en las tinieblas de Judea, cuyos habitantes "no comprendieron". Por medio de él, Dios, que ordenó a la luz que brillara en las tinieblas, brilló en el corazón de todos los que lo recibieron; para darles la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo; a fin de que pudieran recibir poder para llegar a ser los hijos de Dios, creyendo en su nombre (2 Corintios 3:18; 4:6; Juan 1:5, 12).

 

Qué consolador y reconfortante es, entonces, entre todos los males del presente estado, que Dios haya encontrado un rescate que esté dispuesto y capacitado para liberarnos del poder del sepulcro; y no sólo eso sino que a "la manifestación de los hijos de Dios" (Romanos 8:17-25), cuando el aparezca en poder y gran gloria, "seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es"  (1 Juan 3:2). Entonces los santos serán "transformados en  esa misma imagen de gloria" (Versión Rey Santiago), ahora sólo es un asunto de esperanza, "en gloria", como se ha visto y en  realidad se posee, "aun como el Señor" mismo fue transformado cuando llegó a ser "el espíritu que da  vida", o "espíritu  vivificante".

 

EL CUERPO ESPIRITUAL

"Hay cuerpo espiritual"

 

El tema de esta sección es la segunda parte de la proposición del apóstol, que "hay cuerpo natural, y hay  cuerpo espiritual". Se hallaba en su respuesta a algunos de los discípulos corintios, quienes, para vergüenza de ellos, no tenían conocimiento de Dios, y por lo tanto, tontamente preguntaron: "¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?" Él les mostró que el cuerpo animal tenía una relación similar con el cuerpo espiritual que la que tiene el grano desnudo con la planta producida conforme a la ley de su reproducción. Él explicó que antes de que una planta pudiera reproducirse a partir de una semilla, la semilla debe ser enterrada en  el suelo, y morir, o descomponerse. Para el tiempo en que la planta ya está formada, todo vestigio de la semilla ha desaparecido de la raíz; no obstante, la identidad de la semilla con la planta no se ha perdido, ya que la misma clase de semilla reaparece en el fruto de la planta. La planta es el cuerpo secundario del cuerpo de la semilla, el cual es el primero. Hay diferentes clases de cuerpos de semilla; y también de cuerpos de simiente animal. Estas clases de simientes son cuerpos terrestres, y tienen su gloria en los cuerpos producidos a partir de ellos. Pero también hay cuerpos celestiales, cuya gloria es de carácter diferente. Es una luz que resplandece y centellea en la bóveda del cielo, como todo ojo puede verla. Esa es la ilustración del apóstol sobre la resurrección de los muertos; o, de qué forma resucitarán, y en qué clase de cuerpo saldrán. "Así también", dice él, "es la resurrección de los muertos". Nosotros estamos en esta etapa del grano desnudo. Morimos y somos enterrados, y entramos en  corrupción, dejando atrás nuestro carácter escrito en el libro de Dios. Cuando nos descomponemos, sólo queda un poco de polvo, como el núcleo de nuestro futuro ser. Cuando llegue el tiempo para que resuciten los justos, entonces "aquel que levantó a Cristo Jesús de los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu", que actuará por medio de Jesús sobre el polvo de ellos, y moldeándolo a la imagen del Señor del cielo (Romanos 8:11; 2 Corintios 4:14). De este modo, como los Elohim hicieron al hombre a su propia imagen y semejanza, así el Señor Jesús, por el mismo espíritu, también re-moldeará del polvo a los justos de la posteridad del primer Adán a su propia imagen y semejanza. Esto es maravilloso, que por un hombre venga la resurrección de los muertos (1 Corintios 15:21). Ciertamente, se le puede llamar "Admirable" (Isaías 9:6). Una vez fue un bebé acurrucado en el pecho de la madre, y después el creador de miríadas de los que ahora son sólo polvo y cenizas, pero entonces iguales a los ángeles de Dios; e "hijos de la resurrección", de los cuales él mismo es "las primicias".

 

Habiendo mostrado "cómo", o sobre qué principios resucitarán los justos, el apóstol nos da a entender que la "gloria" de ellos consistirá en el brillo; porque él cita el esplendor de los cuerpos celestiales como ilustrativo del de ellos. Esto nos recuerda el testimonio de Daniel, de que "los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que lleven a muchos a la rectitud, como la estrellas, por toda la eternidad" (Daniel 12:3). El Señor Jesús repite esto, al decir: "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre" (Mateo 13:43), cuya seguridad también la revive Pablo en su carta a los santos de Filipos, diciendo: "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo, el que transformará el cuerpo de nuestra humillación, para ser semejante al cuerpo de su gloria, mediante el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas" (Filipenses 3:20-21).

 

 Cuando morimos somos enterrados, o "sembrados", como tantas semillas en  la tierra. Somos sembrados, dice el apóstol, "en  corrupción", "en deshonra", "en debilidad", y con una naturaleza animal; pero, cuando resucitamos para heredar el reino, llegamos a ser incorruptibles, gloriosos, poderosos, y poseedores de una naturaleza espiritual, tal como aquella en la que se regocijan Jesús y los Elohim. Ahora bien, un cuerpo espiritual es tan material, o sólido y tangible, como el que poseemos ahora. Es un cuerpo purificado de "la ley del pecado y de la muerte". De ahí que se le denomine "santo" y "espiritual", porque nace del espíritu desde el polvo, es incorruptible, y se sostiene por el ruach, o espíritu, independientemente del neshemeh, o aire atmosférico. "Lo que es nacido de la carne", en el sentido  corriente de la palabra, "carne es", o cuerpo de animal; y "lo que es nacido del espíritu, por una resurrección a la vida, "espíritu es", o cuerpo espiritual (Juan 3:6). De ahí que, al hablar de Jesús, dice Pablo: "Del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el espíritu de santidad, por la resurrección de entre los  muertos"  (Romanos 1:3, 4). De este modo, nació del espíritu, y, por lo tanto, llegó a ser "un espíritu", y, siendo altamente exaltado, y poseyendo un nombre que está por sobre cada nombre (Filipenses 2:9-11), se le llama "el Señor, el Espíritu".

 

Que el cuerpo espiritual es independiente del aire atmosférico para su sostenimiento queda claro por la ascensión  del Señor Jesús. Un cuerpo animal sólo puede existir en el agua, o en el aire atmosférico, y a una altitud  comparativamente baja desde la superficie de la tierra. Ahora bien, el aire no se extiende más allá de cuarenta y cinco millas [setenta y dos  kilómetros]; en  consecuencia, más allá de ese límite, si incluso pudieran llegar hasta ahí, las criaturas que se sostienen por la respiración por la nariz no podrían vivir más de lo que el pez en el aire. Más allá de nuestra atmósfera está el éter; por el cual sólo pueden pasar aquellos que,  como el Señor Jesús y los ángeles, poseen una naturaleza adaptada a ese elemento. Éste es el caso de la naturaleza espiritual. Jesús fue transformado en un espíritu, y, por lo tanto, facultado para pasar a través del éter hacia la diestra de la Majestad en los cielos. Enoc, Elías y Moisés son también un ejemplo ilustrativo.

 

El cuerpo espiritual está constituido de carne y huesos vitalizados por el espíritu. Esto se evidencia por el testimonio referente a Jesús. En cierta ocasión, él se presentó inesperadamente en medio de su discípulos, ante lo cual ellos quedaron sumamente alarmados, suponiendo que estaban viendo un espíritu, o fantasma, como en un tiempo anterior. Pero, para que estuvieran confiados de que él era realmente él mismo, los invitó a que lo palparan y examinaran sus manos y pies: "Porque", dijo él, "un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo". Incrédulos de gozo, él les dio otra prueba comiendo un trozo de pescado asado y un poco de miel (Lucas 24:36-43). Tomás metió su mano en su costado, y quedó convencido que era el mismo que había sido crucificado (Juan 20:27). ¿Qué mayor prueba podemos necesitar de la naturaleza sólida y tangible del cuerpo espiritual? Es el cuerpo animal purificado, no evaporado en gases o en vapor. Es un cuerpo sin sangre; porque en el caso de Jesús él había derramado su sangre en la cruz. La vida de un cuerpo animal está en la sangre; pero no es así en un cuerpo espiritual: la vida de éste reside en ese magnífico poder por el cual "cuelga la tierra sobre la nada", y se halla difundido por la inmensidad del espacio.

 

Cuando el Señor Jesús dijo: "Un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo", él no quiso decir que un  cuerpo espiritual no los tiene; sino que un espíritu como el que ellos pensaban que estaban viendo. "Ellos pensaban que habían visto un espíritu". En el Texto Recibido se usa aquí la misma palabra, pneuma, que se usa  en el texto que habla de Jesús como" el Señor el espíritu"; pero, evidentemente, no en el  mismo sentido. Ciertamente, la lectura en la edición de Griesbach del texto original es claramente la correcta. La palabra vertida como espíritu es naturalmente un  fantasma o una simple ilusión óptica; y no un  espíritu. Cuando Jesús anduvo sobre el mar tanto Mateo (14:26) como Marcos (6:49) usaron la misma frase que usó Lucas, y dicen que  cuando los discípulos lo vieron "pensaron que era un fantasma, y gritaron" de temor. En ambos casos, la palabra es phantasma, y no pneuma.

 

Habiendo afirmado que el hombre se halla relacionado a dos clases de cuerpo, el apóstol nos da a entender que en los planes de Dios el sistema espiritual de cosas se ha elaborado a partir de lo animal, y no lo animal a partir de lo espiritual. El mundo natural es la materia prima, por decirlo así, de lo espiritual; los ladrillos y la argamasa, por decirlo así, de la mansión que ha de perdurar para siempre. En relación con la naturaleza humana, se presentan dos hombres como sus representantes en las dos fases que ha de asumir. Pablo los llama "el primer Adán" y "el postrer Adán", o, "el primer hombre" y "el segundo hombre". Al primero lo denomina como "terrenal", porque vino de la tierra, y hacia allí vuelve; y al segundo, "que es el Señor, es del cielo"; porque no siendo "ya más conocido según la carne", se le espera  que venga del cielo  como el lugar de su manifestación final en "el cuerpo de su gloria". Y, dice Juan, "entonces seremos como él". Por lo tanto, si hemos tenido éxito en describir al Señor tal como es ahora, mientras se halla a la diestra de Dios; a saber, una persona viviente, poderosa, honorable e incorruptible, sólida y tangible, brillando como el sol, y capacitado para comer y beber, y para manifestar todo lo mental y otros fenómenos en perfección; si el lector puede asimilar semejante "imagen del Dios invisible", él puede entender lo que han de ser los que sean considerados dignos de heredar su reino. Por lo tanto, dice Pablo, "y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial" (1 Corintios 15:49), o, Señor del cielo.

 

Este cambio corporal de aquellos que primeramente han sido "renovados hasta el conocimiento pleno, conforme a la imagen del que los creó" (Colosenses 3:10) desde la "carne de pecado" hacia el espíritu, es una absoluta necesidad antes de que puedan heredar el reino de Dios. Cuando lleguemos a entender la naturaleza de este reino, el cual tiene que mostrarse en estas páginas, veremos que es una necesidad de la cual no se puede prescindir. "Ni la corrupción hereda la incorrupción", dice el apóstol. Esta es la razón por qué los hombres naturales deben morir, o ser transformados. Nuestra naturaleza animal es corruptible; pero el reino de Dios es indestructible, como lo testifica el profeta al decir: "No será jamás destruido ni será dejado el reino a otro pueblo... sino que permanecerá para siempre" (Daniel 2:44 Versión Rey Santiago). Por lo tanto, a causa de la naturaleza de este reino, "carne y sangre no pueden heredar[lo]"; y de ahí la necesidad de que un hombre sea "nacido del espíritu", o "no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3:5-6). Debe ser "transformado en espíritu", vestirse de incorruptibilidad e inmortalidad de cuerpo, o será físicamente incapaz de retener la honra, gloria y poder del reino para siempre, ni siquiera por mil años.

 

Pero, antes de que el apóstol concluya su interesante exposición sobre "la clase de cuerpo con que saldrán los muertos", él da a conocer un secreto que previamente había sido ocultado a los discípulos de Corinto. Probablemente se les debe haber ocurrido que si carne y sangre no podían heredar el reino de Dios, entonces aquellos que estuviesen viviendo en la época de su establecimiento, siendo hombres de carne, no podrían formar parte de él. Para eliminar esta dificultad, el apóstol escribió, diciendo: "He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos [morir, estar muerto], pero todos seremos transformados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al sonar la trompeta final; porque se tocará [la séptima -- Apocalipsis 11:15, 18; 15:8; 20:4] trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles  [iguales a los ángeles -- Lucas 20:36], y nosotros seremos transformados [en  espíritu]. Porque es menester que esto corruptible [el cuerpo] se haya vestido de corrupción, y esto mortal [el cuerpo] se vista de inmortalidad... Entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria [Isaías 25:8]" (1 Corintios 15:51-54).

 

Pero, para que los santos no fuesen a entender equivocadamente el asunto, especialmente aquellos que puedan ser contemporáneos con el período de la séptima trompeta, él dio más datos sobre el secreto en otra carta.

 

Los discípulos de Tesalónica estaban profundamente apenados por la pérdida de algunos de su congregación que habían dormido en la muerte; probablemente víctimas de la persecución. El apóstol escribió para consolarlos "para que no os entristezcáis como los otros [es decir, los incrédulos] que no tienen esperanza. Por que si [nosotros, los discípulos] creemos que Jesús murió y resucitó", no seáis como aquellos  que diciendo "no hay resurrección de los muertos", en efecto la niegan; "así también", como él resucitó, "traerá [sacará o producirá] Dios con Jesús a los que durmieron en él" (1 Tesalonicenses 4:13-18). Entonces él procede a mostrar el "orden" (1 Corintios 15:23) en que los santos son transformados en espíritu, o inmortalizados, por el Hijo del Hombre (Juan 5:21, 25, 26, 28, 29). "Por lo cual", dice él, "os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor  mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán PRIMERO. Luego nosotros, los que vivamos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por lo tanto, consolaos los unos a los otros con estas palabras" (1 Tesalonicenses 4:13-18).

 

Se verá por esto, que los sobrevivientes de los muertos no recibieron consuelo en la primera época del cristianismo por la pérdida de sus amigos como lo reciben ahora de parte de aquellos que "suavizan la  muerte" de los influyentes que hay entre ellos. En los "sermones fúnebres", el "alma inmortal" de los fallecidos es transportada "sobre alas de ángeles al cielo", y a los que les sobreviven se les  consuela con la garantía de que sus seres queridos están cantando alabanzas a Dios alrededor del trono; regocijándose con Abraham y los profetas, con los santos y mártires, y con Jesús y sus apóstoles en el reino de Dios; y ellos mismos se convencen de que las almas de sus parientes, convertidos ahora en ángeles, los están cuidando y orando por ellos; y que cuando mueran, sus propias almas se reunirán con la de ellos en reinos de éxtasis. ¿Necesito acaso decir al hombre ilustrado en la palabra, que no hay semejante consuelo como éste en la ley y testimonio de Dios? Tales tradiciones son estrictamente mitológicas; y provienen del dogma nicolaíta sobre la salvación de "fantasmas y duendes condenados", que ha extirpado como un cáncer a "la verdad que está en Jesús". No, los apóstoles no hacían esperar a los hombres hasta el día de su muerte, y sus consecuencias inmediatas, para ofrecer consuelo; ni administraban los consuelos del evangelio a  ninguno que no lo haya obedecido; ellos ofrecían  consuelo sólo a los discípulos; porque sólo ellos son los herederos con Jesús del reino de Dios. Ellos enseñaban a éstos a esperar la venida de Cristo, y la resurrección, como el tiempo en que se reunirán con sus hermanos en la fe. En la muerte, ellos "descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen"; y "la segunda vez, sin pecado, aparecerá para salvar a los que le esperan" (Hebreos 9:28). Tales fueron las "palabras" prácticas e inteligibles con las cuales los apóstoles  consolaron a sus hermanos; pero palabras que han llegado a ser selladas y cabalísticas, tanto para los indoctos como para "los sabios".

 

En conclusión, entonces, en  lo que al poder concierne, Dios pudo haber creado todas las cosas sobre una base espiritual o incorruptible de una sola vez. El globo terráqueo pudo haber estado lleno de hombres y mujeres iguales a los ángeles en naturaleza, poder e intelecto en el sexto día; pero el  mundo habría quedado sin historia, y su población sin carácter. Sin embargo, esto no habría sido conforme al plan. Lo animal debe preceder a lo espiritual,  así como la bellota va antes que el roble. Esto explicará muchas dificultades que crean los sistemas; y las cuales permanecerán para siempre inexplicables debido a las hipótesis que ellos inventan. La Biblia tiene que ver con cosas, no con imaginaciones; con cuerpos, no con fantasmagoría;  con "almas vivientes" de toda especie; con seres corpóreos de otros mundos; y con hombres incorruptibles y imperecederos; pero con relación a tales "almas" que los hombres pretenden "curar", es tan muda como la muerte, y silenciosa como el sepulcro, no teniendo nada que decir en absoluto respecto a eso,  excepto repudiarlas como parte de esas "filosofías y vanas sutilezas" (Colosenses 2:8), "la cual profesando algunos, se han desviado de la fe" (1 Timoteo 6:21).

 

                             LA FORMACIóN DE LA MUJER                              

("La mujer [procede] del varón")

 

Adán, habiendo sido formado a la imagen y semejanza de los Elohim en el sexto día, por un breve tiempo permaneció solo en medio de las criaturas terrestres del campo. No tenía compañera que pudiera corresponder a su inteligencia; nadie que pudiera atender a sus necesidades, o regocijarse con él por las delicias de la creación, y que refleje la gloria de su naturaleza. Los Elohim son una sociedad, que se regocijan por el amor y el apego del uno por el otro; y Adán, siendo como ellos, aunque de naturaleza inferior, requería a alguien que estuviese facultada para descubrir las semejanzas latentes de su similitud con las de ellos. No era bueno  tanto para el hombre como para ellos que él estuviera solo. Formado a la imagen de ellos, él tenía sentimientos sociales además de facultades intelectuales y morales, que requerían una esfera de acción para su ejercicio práctico y armonioso.

 

Una sociedad puramente intelectual y abstractamente moral, no moderada por la vida doméstica, es un estado imperfecto. Puede ser muy ilustrado,  muy dignificado e inmaculado. Un ser podría saber todas las cosas, y podría observar escrupulosamente la ley divina por un sentido del deber. Pero algo más se requiere para hacerlo afable y amado, ya sea por Dios o por sus compañeros. Los sentimientos sociales lo facultan para desarrollar esta afabilidad, los cuales, sin embargo, si no se proveen de un objetivo adecuado, o de un sano entusiasmo, reaccionan sobre él de manera desfavorable, y lo hacen desagradable. Muy consciente de esto, Yahvéh Elohim dijo: "No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él" (Génesis 2:18).

 

Pero previo a la formación de esta ayuda, Dios mandó que "toda alma viviente" (kol nephesh  chayiah) se presentara ante Adán para que les pusiera nombre. Él vio que cada uno tenía su pareja; "mas para Adán no se halló ayuda que fuese idónea para él". Por lo tanto, era necesario formar una, la última y más bella de las hechuras de sus manos. El Señor había creado al hombre a su propia "imagen y gloria"; pero todavía tenía que subdividirlo en dos; una división negativa y una positiva, macho y hembra, pero una sola carne. Los negativos, o hembras, de todas las otras especies de animales, fueron formadas de la tierra; (v. 19) y no del costado de su macho positivo. Así que el león  no podía decir de la leona: "Ésta es hueso de mis huesos, y carne de mi carne; por lo tanto, dejará el león a su padre y se allegará a su leona para siempre". Las criaturas inferiores no se hallan bajo semejante ley como ésta; como primarios, ciertamente, la tierra es su madre común, y el Señor, el "Dios de los espíritus de toda carne". Ellos no tienen un segundo yo; los sexos fueron desde el principio tomados directamente de la tierra; la hembra no fue hecha del macho, aunque el mach o procede de ella; por lo tanto, no hay una base natural para que tengan una ley social o doméstica.

 

Pero en la formación de una compañera para el primer hombre, Yahvéh Elohim la creó sobre un principio diferente. Ella había de ser una criatura dependiente; y había de establecerse una simpatía entre ellos, por lo cual deberían sentirse unidos inseparablemente. Por lo tanto, no habría sido apropiado haberle dado a ella un origen independiente del polvo de la tierra. Si éste hubiese sido el caso, se habría producido la misma clase de apego entre los hombres y las mujeres que subsiste entre las criaturas inferiores a ellos. El compañerismo de la mujer tenía por objeto ser intelectual y moralmente comprensivo con "la imagen y gloria de Dios", a quien ella había de respetar como su superior. La simpatía de las mutuamente independientes criaturas del campo es puramente sensual; y en proporción como las generaciones del género humano que pierden su semejanza intelectual y moral con los Elohim, y caen bajo el dominio de la sensualidad; así también la simpatía entre hombres y  mujeres se evapora transformándose en simple animalismo. Pero, digo yo, tan degenerado resultado como éste no era el propósito de haberla formado a ella. Simplemente ella había de ser no sólo "la madre de todos los vivientes", sino que había de reflejar la gloria del hombre así como él reflejaba la gloria de Dios.

 

Para dar existencia a semejante criatura, era necesario que fuese formada del hombre. Esta necesidad se halla en la ley que impregna a la carne. Si el miembro más débil del cuerpo sufre, todos los otros miembros sufren con él; es decir, el dolor, incluso en el dedo meñique, producirá malestar en todo el sistema. El hueso simpatiza con el hueso, y la carne con la carne, en todo sentimiento placenteros, saludable y doloroso. De ahí que separar una porción de la sustancia viva de Adán, y con ella formar una mujer, sería transferirle las simpatías de la naturaleza de Adán; y aunque por su organización, capaz de mantener una existencia independiente, ella nunca perdería de su naturaleza una simpatía  con la de él, en todas sus manifestaciones intelectuales, morales y físicas. Según esta ley natural, entonces, Yahvéh Elohim  hizo a la  mujer a la semejanza del hombre, a partir de la sustancia de él.  Él podría haberla formado del cuerpo de él antes de que él llegara a ser un alma viviente; pero esto habría ido en contra de la ley de simpatía, porque en una materia inanimada no hay simpatía mental. Por lo tanto, ella debía ser formada de los huesos y carne vivos del hombre. Hacer esto significaba infligir dolor; porque extirpar una porción de carne h abría creado las mismas sensaciones en Adán  como en cualquiera de su posteridad. Par evitar semejante causa de dolor, Yahvéh Elohim  hizo caer un sueño profundo sobre Adán, y éste se quedó dormido". Mientras se hallaba de este  modo inconsciente de lo que estaba sucediendo, y perfectamente insensible a toda impresión corpórea, Yahvéh "tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar". Ésta era una operación delicada; y consistía en separar la costilla del esternón y la  columna vertebral. Pero nada es demasiado difícil para Dios. Aún faltaba que se efectuara la parte más maravillosa de la obra. La temblorosa costilla con sus nervios y vasos, tenía que ser incrementada en magnitud, y formada en una figura humana capaz de reflejar la gloria del hombre. Esto había de efectuarse pronto, porque, en el sexto día, "varón y hembra los creó", y "de la costilla que Yahvéh Dios tomó del hombre, hizo una mujer y la trajo al hombre". Y "los bendijo Dios y les dijo Dios: Fructificad y multiplicaos; y henchid la tierra y sojuzgadla; y tened dominio sobre los peces del mar, y sobre la aves de los cielos y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra".

 

Creyendo esta porción del testimonio de Dios, ¿necesita nuestra fe tambalearse ante la resurrección del cuerpo del poco de polvo que queda después de total reducción? Seguramente el Señor Jesucristo, por el mismo poder que fue usado para formar a la  mujer de una costilla, aumentó unos pocos panes y peces a doce canastas de fragmentos, después de que cinco mil fueron alimentados y satisfechos, él puede crear multitudes de hombres inmortales a partir de unas pocas proporciones del yo original de ellos; y tan capaces de reasumir su identidad individual como lo fue la costilla de Adán para reflejar su similitud mental y física. Sólo la incredulidad ciega requiere la continuación de alguna clase de existencia para preservar la identidad del hombre resucitado con su yo original. La fe confía en la capacidad de Dios para hacer lo que él ha prometido, aunque el creyente no tiene el conocimiento de cómo el Creador lo ha de llevar a cabo. Creyendo los prodigios del pasado, "tampoco dudó, por in credulidad, de la promesa de Dios,  sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios" (Romanos 4:20).

 

El testimonio de Moisés respecto a la formación de la mujer trae a luz un fenómeno muy interesante, que ya ha quedado ampliamente demostrado que es el resultado de una ley natural. Esto es, que el hombre puede quedar insensible al dolor si se le coloca en un sueño profundo. Yahvéh Elohim hizo uso de esta ley, y sometió a su aplicación al hombre que él había hecho; y el hombre, debido a que es a semejanza de Dios, también puede influir en sus prójimos de la misma manera. El arte de aplicar la ley se conoce por diversos nombres, y puede practicarse de variadas formas. El nombre no altera el objeto. La costilla de un hombre podría extraerse ahora con tan poca dificultad como lo experimentó Adán, por medio de inducirlo a un profundo sueño, lo cual en numerosos casos se puede efectuar sin problemas; pero  nuestra capacidad de imitación cesa ahí. Nosotros no podríamos formar una mujer a partir de una costilla. Sin embargo, prodigios mayores que éste hará el hombre más adelante; porque por "Jesucristo hombre" su esposa será creada del polvo, a su propia imagen, "a la gloria de Dios, por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén".

 

Cuando Yahvéh Dios presentó la recién formada criatura a su carne matriz, Adán dijo: "Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada varona [Ishah, por 'hombre exterior'], porque del varón [Ish] fue tomada. Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2:21-24). Fue así como Adán pronunció sobre sí mismo la sentencia que los había de atar juntos para bien o para mal, hasta que la muerte disuelva la unión y los libere para siempre. Esto era el matrimonio. Estaba basado en el extraordinario hecho de que ella fue formada del hombre; y consistía en que Adán la tomaba para sí por el libre consentimiento de ella. No hubo una ceremonia religiosa para santificar la institución; porque Yahvéh mismo incluso se abstuvo de pronunciarse sobre la unión. Ninguna ceremonia humana puede hacer al matrimonio más santo de lo que es en el orden natural de las cosas. La superstición lo ha convertido en "un sacramento", y de manera  bastante contradictoria, aunque era "un santo sacramento", lo negaba a los sacerdotes mismos que ella había designado para que lo administraran. Pero los sacerdotes y la superstición no tienen derecho a entrometerse en el asunto; ellos sólo perturban la armonía y destruyen la belleza del orden de Dios. Una declaración en presencia de Yahvéh Elohim y el consentimiento de la mujer, antes de que se instituyera la religión, es el único ceremonial de que se tenga registro sobre este tema. Éste, creo yo, es el orden de cosas entre "los Amigos" [los Cuáqueros], o algo así; y si todas sus peculiaridades fueran tan acorde con las Escrituras como ésta, habría poca causa de queja contra ellos.

 

"El varón", dice Pablo, "es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón"; y la razón que él le atribuye es porque "el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón" (1 Corintios 11:7-9). Ella  no fue formada a la imagen del hombre, aunque puede haber sido a la imagen de algunos de los Elohim. El término "hombre" es genérico de ambos sexos. Por lo tanto, cuando los Elohim dijeron: Hagamos al hombre a nuestra imagen", y luego se agrega: "Varón y hembra los creó", parecería que tanto el hombre como la mujer fueron creados a la imagen y semejanza de los Elohim. En este caso, algunos de los Elohim están representados en la forma de Adán, y algunos en la de Eva. No veo ninguna razón de por qué no debería ser así. Cuando el género humano se levante de los muertos, sin duda llegarán a ser hombres y mujeres inmortales; y entonces, dice Jesús: "Son iguales a los ángeles"; en una igualdad con ellos en todo aspecto. Sólo Adán fue a la imagen de aquel que lo creó; pero por otro lado, los Elohim que ejecutan los mandamientos del Dios invisible, son la porción viril de su comunidad; Eva no fue a la imagen de ellos. La de ellos se limitó sólo a Adán; no obstante, ella fue a la imagen y semejanza de algunos de aquellos que se hallaban comprendidos en el pronombre "nuestra". Sea como fuere, aunque no a la imagen, ella fue a la semejanza de Adán; y ambos "buenos en gran manera" conforme a la naturaleza un poco menor que los ángeles que ellos poseían.

 

UN GRAN MISTERIO

("Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos").

 

Al escribir a los discípulos de Efeso, el apóstol ilustró la sumisión debida de las esposas a sus maridos por medio de la obediencia que la comunidad de los fieles  en sus días daba a Cristo. "Como la ecclesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo". Esto era un mandato de absoluta sumisión a su esposo cristiano como al Señor mismo; porque "el marido es cabeza de la  mujer, así como Cristo es cabeza de la ecclesia". Pero aunque él ordena esta obediencia incondicional, él exhorta a su esposo a retribuirle a ella la debida benevolencia, a no tratarla con resentimiento, sino a amarla "así como Cristo amó a la ecclesia, y se entregó a sí mismo por ella". Sin embargo, si sus esposas  eran desobediente y terca, y opta por separarse, "permitirlos; pues no está el hermano sujeto a servidumbre en semejante caso" (1 Corintios 7:15). Son como los que no se somete a Cristo. El amor que debería subsistir entre hermanos y hermanas cristianos en el estado matrimonial es como el que Cristo manifestó por la ecclesia por anticipación. "Nosotros... siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros", dice el apóstol (Romanos 5:6, 8). Posiblemente, éste es el mayor amor que un hombre puede mostrar, que él tuviera que morir por sus enemigos; y ésta es la clase de amor que Pablo (que por cierto nunca fue juzgado por una esposa pendenciera) recomienda a la atención de los efesios, aunque siempre sobre la suposición de que el adorno de las esposas fuese "el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza" (1 Pedro 3:3-6).

 

Cuando ya hubo presentado el tema del amor y obediencia matrimonial, y ya había aducido el amor de Cristo por todos ellos como su ecclesia, a modo de ilustración, él procede a mostrar el motivo por el cual los amaba incluso hasta la muerte; la relación que subsiguientemente se estableció entre ellos, y el sacrificio que deberían hacer con sumo gusto por él, el cual los había amado tan devotamente. Su propósito al darse por la ecclesia antes de que fuera formada, fue que aquellos que después habrían de formar parte de ella "para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de", en la resurrección, "presentársela a sí mismo, una ecclesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha". "Ya  vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado" (Juan 15:3). Esta palabra, que ha sido definida  como "la ley y el testimonio" (Isaías 8:20), es el gran instrumento de santidad y purificación. Cambia la mente de los hombres, elimina su apego a las cosas terrenales; hace que ellos coloquen su afecto en cosas de lo alto; crea un espíritu nuevo y correcto dentro de ellos, difunde el amor de Dios en  cada parte del corazón de ellos; los separa de los pecadores; los conduce hacia Cristo; y desarrolla en su vida  fruto característico de ese arrepentimiento del cual no es necesario arrepentirse. El Señor Jesús lo denomina "la palabra del reino" (Mateo 13:19), y Pedro, la "simiente incorruptible" (1 Pedro 1:23); y Pablo, "la palabra verdadera del evangelio" (Colosenses 1:5); y Juan, "la simiente de Dios" (1 Juan 3:9); y Santiago la denomina "la palabra de verdad" (Santiago 1:18), por medio de la cual el invariable e inquebrantable Padre de las Luces engendra a sus hijos, para que sean "primicias de sus criaturas". Es por esta palabra que una persona es renovada o restaurada; a fin de, en un sentido moral e intelectual, llegar a ser un "nuevo hombre", como se desprende por lo que dice el apóstol a los hermanos de Colosas: "Habiéndoos... revestido del nuevo [hombre], el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno". Esta renovación afecta el espíritu de la mente (Efesios 4:23, 24), lo cual se puede saber que está restaurado por un hombre que se ha apartado de su natural predisposición a los "deseos de la  carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida" para ir a la "justicia y verdadera santidad". Cuando se renueva la disposición mental llamada "el corazón", se convierte en un espejo, por decirlo así, en el cual uno experimentado en la palabra del reino, puede discernir el espíritu u observar un reflejo de la Naturaleza Divina. Esta imagen de Dios en el carácter de un hombre sólo la puede crear la palabra de Verdad del evangelio del reino. Un hombre puede ser muy "piadoso" según el estándar de piedad establecido y aprobado por sus semejantes; pero si él desconoce los elementos renovadores; si él tampoco conoce ni entiende, y por consiguiente, y necesariamente, no tiene fe en la ley y el testimonio de Dios, "no hay luz en él". Está caminando por un sendero ficticio, "en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la  vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón" (Efesios 4:18).

 

Pedro define a la ley y el testimonio como "el conocimiento de Dios"; "por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que POR ELLAS", es decir, por el entendimiento y creencia de éstas, "llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia" (2 Pedro 1:2-4). Ahora bien, el "testimonio de Dios" vino por el Espíritu Santo, mediante el cual Dios testificó por medio de sus profetas (Nehemías 9:30); y, en los últimos días, habló por medio de su Hijo (Hebreos 1:1-2; Juan 3:34; 5:47; 6:63; 7:16; 12:48, 49) y de los apóstoles (Mateo 10:19, 20). De ahí que los efectos de la palabra en la que se cree se atribuyen al espíritu; y debido a que la palabra lleva a los hombres a respirar en la atmósfera moral de Dios, se le denomina "espíritu y vida". Estas explicaciones explicarán las palabras del apóstol a Tito: "[Dios] nos salvó... por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tito 3:5). Esto es paralelo a las palabras: "Para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra"; porque el lector no debe suponer que algún hombre, mujer, o niño, que desconozca la palabra, pueda ser regenerado, o nacido de nuevo, tan sólo por ser sumergido en una bañera. El Espíritu Santo no renueva el corazón del hombre al renovar el cuerpo mortal, cuando por medio de Jesús lo levanta de entre los muertos. En este caso, el poder es puramente físico. Pero cuando lo que se renueva es el corazón, es por el conocimiento del testimonio escrito de Dios, o la palabra. "Dios", dice Pedro, hablando de los creyentes gentiles, "purificó por la fe sus corazones" (Hechos 15:9); y Pablo ora: "Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones" (Efesios 3:17). Ahora bien, la fe viene por oír la palabra de Dios (Romanos 10:17); en otras palabras, es la creencia en el testimonio de Dios referente a cosas que han de venir, que  no se ven (Hebreos 11:1), y sin la cual, es imposible agradar a Dios. Cuando un hombre es renovado por la verdad, es entonces renovado por el espíritu, y no antes. No hay tal cosa en las Escrituras en que un ignorante sea renovado. La ignorancia del testimonio de Dios y la regeneración son absolutamente incompatibles. La verdad es el purificador sólo de aquellos que la entienden y la obedecen (1 Pedro 1:22); y no hay pureza moral, o santificación del espíritu delante de Dios, sin ella. Así que sólo los creyentes en la verdad pueden ser aptos para una regeneración al ser sumergidos "en el lavamiento del agua". Cuando salen de este proceso, han sido "lavados... santificados [y] justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el espíritu de nuestro Dios" (1 Corintios 6:11).

 

La verdad que se ha de creer es el evangelio del reino y el nombre de Jesucristo (Hechos 8:12). Cuando se entiende esto, y se recibe de todo corazón, se produce una disposición de ánimo, tal como fue en Abraham y en Jesús, lo cual se llama arrepentimiento. Los creyentes, dispuestos de esta manera, son los engendrados de Dios, y han llegado a ser como niños pequeños. Ellos creen en "las preciosas y grandísimas promesas" juntamente con las cosas testificadas referente a los padecimientos y resurrección de Jesús. Él cayó en un profundo sueño; y  mientras se hallaba inconsciente e insensible, una lanza abrió su costado y en el acto borbotó sangre y agua. Y siendo despertado de su sueño, le fue constituido un  cuerpo espiritual, de carne y huesos; y, por su ascensión, se presentó ante el Padre como el representante federal de su iglesia. Este es el conjunto de aquellos que, creyendo en estas cosas, han sido incorporados a Cristo por medio del lavamiento del agua;  conforme a lo que dicen las Escrituras: "Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos". "Todos  vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y HEREDEROS según la promesa" (Gálatas 3:26-29).   

 

Una comunidad de semejantes personas constituye el cuerpo místico de Cristo. Por fe, sus elementos son "miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos". De ahí que sean "hueso de sus huesos y carne de su carne"; y, por lo tanto, la amada Eva del último Adán, el Señor que ha de venir del cielo para hacerla de la misma naturaleza espiritual que la suya. De este modo, la iglesia es tomada figuradamente del costado de su Señor; porque cada miembro de ella  cree en la remisión de pecados por medio de su sangre derramada; y todos ellos creen en la verdadera resurrección de su carne y huesos, para justificación de ellos a la vida por medio de una reanimación similar de entre los muertos. "Vuestros cuerpos son miembros [o  carne y huesos] de Cristo; ... [y] el que se une al Señor, un espíritu es con él" (1 Corintios 6:15, 17). "Os he esposado con un solo esposo --dice Pablo--, para presentaros como una virgen pura a Cristo" (2 Corintios 11:2). Se percibe, entonces, que la iglesia, tal como se ha definido, es en el presente estado la esposada de Cristo, pero aún no está verdaderamente casada. Se halla en la etapa formativa, en la que está siendo moldeada bajo la mano de Dios. Cuando el proceso se haya completado, entonces Dios la presentará al Hombre del cielo, "vestida de lino fino, limpio y resplandeciente" (Apocalipsis 19:7, 8). Ésta es aquella de quien canta el salmista: "Oye, hija, y mira, e inclina tu oído; olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu Señor... Toda gloriosa es la hija del rey en su morada; de brocado de oro es su vestido. Con vestidos bordados será llevada al rey; vírgenes irán en pos de ella, compañeras suyas serán traídas a ti. Serán traídas con alegría y gozo; entrarán en el palacio del rey" (Salmos 45:10-15). La presentación de Eva al primer Adán fue señal de regocijo para las Estrellas Matutinas; y percibimos que la manifestación de la Reina del Mesías será acompañada del "Aleluya" de una gran multitud, que sonará como el estruendo de muchas aguas, y los ecos de poderosos truenos, diciendo: "Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las glorias del Cordero, y su esposa se ha preparado".

 

Tal es la relación y destino de la verdadera iglesia, que Pablo denomina: "el cuerpo". Está formándose por la palabra; o, recibiéndola como se formó en la era apostólica, pero no presentada, la aprensión del apóstol penosamente se ha cumplido. "Me temo --dice él-- que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo". El tentador ha seducido a la prometida. La simplicidad en Cristo ya no es característico de una comunidad. Está corrompida por todos lados; y sólo prevalece la ruina de la trasgresión. No obstante, aunque no hay esperanza para el mundo profeso, ya que es demasiado "sabio en su propia opinión"; demasiado satisfecho de sí mismo ante su supuesta iluminación; gloriándose a sí mismo, y diciendo: "'Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad', y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre,  ciego y desnudo" (Apocalipsis 3:17), en vista de que, digo, esta es el irremediable estado del público religioso, sin embargo todavía hay margen para la liberación de aquellos que están dispuestos a obedecer a Dios más bien que a los hombres. Si ellos llegasen a ser hueso de los huesos de Cristo, y carne de su carne, ellos deberán dejar "a su padre y a su madre, y se unirán a la mujer". Quizás ahora sean  miembros de denominaciones a las cuales han ido a dar. Éstos son sus padres según la mente carnal. A éstos se les debe dejar, y los hombres deben llegar a ser "una sola carne" y "un solo espíritu" en el Señor, si es que quieren heredar el reino de Dios (Mateo 10:37). "Grande es este misterio --dice Pablo--; mas yo os digo esto respecto de Cristo y de la iglesia" (Efesios 5:22-32). Es este misterio el que yo he tratado de elucidar con estas observaciones, aunque necesariamente de una manera muy breve, así que, por lo tanto, de un  modo imperfecto. Cuando yo haya terminado esta obra, habrá quedado más minuciosamente abierta al entendimiento y, confío, explicada de manera convincente.   

 

"En Edén"

 

Cuando Moisés escribió las palabras “en Edén” (Génesis 2:8), él estaba al oriente en “el desierto de la tierra del Egipto”. Por lo tanto, por esa expresión, hemos de entender que en sus días había una región denominada Edén, que se hallaba al oriente de donde él estaba. Adán y Eva eran sus habitantes originarios. Estaba “al oriente” de los egipcios, como Ohio, Indiana e Illinois están “al oriente” de los estados americanos del Atlántico. Era un extenso territorio de la región, y en tiempos posteriores llegó a ser la sede de poderosos dominios. Parece que estaba bien regado por los afluentes o tributarios de “un río que salía”, o fluía, “de Edén” (Gen. 2:10). Estos eran cuatro principales brazos, cuyos nombres dados por Moisés son Pisón, “que rodea toda la tierra de Havila”; Gihón, “el que rodea toda la tierra de Cus”, o Khushistan; el tercero, Hidekel, o Tigris, “este es el que va al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Éufrates” (2:11-14), que con frecuencia en las Escrituras se le llama “el río grande” (Gen. 15:18). En el mapa que tengo delante de mí, hay cuatro ríos que fluyen juntos, y a la larga forman un río que desemboca en el Golfo Pérsico. Esto indica a la región llamada Edén, a saber, aquella que es regada por estos río; de modo que podemos concluir razonablemente que en tiempos antiguos comprendía la tierra al oriente del Jordán, Siria, Asiria, parte de Persia, Khushistan, y los asentamientos originales de Ismael (Gen. 25:18). Esta región, en épocas posteriores, llegó a ser denominada como “el huerto de Yahvéh”; y los reyes que gobernaban en ella, eran llamados “los árboles del Edén”. Sin duda fue denominado el huerto de Dios como un todo, por el hecho de que en el principio él plantó un huerto en él, donde puso al hombre; de modo que en tiempos de Set, Noé, Sem, Abraham y Moisés, su familia llegó a aplicar el nombre de una pequeña parte del Edén a toda la región, más especialmente cuando el futuro paraíso ha de ocupar una considerable porción de sus antiguos límites.

Por los siguientes textos, la llanura del Jordán parece haber sido parte del Edén: “Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Yahvéh… Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente... y Lot habitó en las ciudades de la llanura” (Gen. 13:10-12), es decir, en el oriente, o Edén.

Hay una profecía en Ezequiel que predice el derrocamiento del Faraón egipcio a manos del rey de Babilonia, “el poderoso de las naciones”. Al establecer la certeza de su derrocamiento, Dios resume el poder y el dominio de la dinastía ninivita de Asiria; la cual, sin embargo, fue incapaz de hacer frente al rey de Babilonia, y, por lo tanto, para Egipto no hubo esperanza de una exitosa resistencia. En la recapitulación, al asirio ninivita se le denomina un “cedro en el Líbano”; es decir, su dominio se extendía más allá de la tierra de las diez tribus de Israel, en la cual están los montes del Líbano coronados de cedros. Después de describir la grandeza de su poder por medio de la magnitud del cedro, el Señor dice: “Los cedros no lo cubrieron en el huerto de Dios… ningún árbol en el huerto de Dios fue semejante a él en su hermosura. Lo hice hermoso con la multitud de sus ramas; y todos los árboles del Edén, que estaban en el huerto de Dios, tuvieron de él envidia” (Eze. 31:3, 8, 9). Estos árboles (Dan. 4:20, 22) son representativos de los miembros de la realeza de Mesopotamia, Siria, Israel, etc., a los cuales había abolido el rey de Asiria (Isaías 37:12-13); “los cuales no podían ocultarse de él”, o impedir que tuviera dominio sobre ellos. Está claro, entonces, por los detalles de esta hermosa alegoría, que los países que he indicado están comprendido en Edén; que, como un todo, se le denomina el huerto de Dios; y que los árboles representan la realeza de la tierra.

Que el Edén se extendía hasta el Mediterráneo, o “el mar grande”, se desprende de la profecía de Ezequiel contra Tiro. Dirigiéndose a la realeza tiria, él dice: “En Edén, en el huerto de Dios estuviste… en el santo  monte de Dios estuviste. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. Por lo tanto, te eché del monte de Dios por profano… objeto de espanto serás, y para siempre dejarás de ser” (Eze. 28:13, 16, 19). El significado de esto es obvio para el que esté familiarizado con la historia del reino de Tiro. Era una realeza de Palestina en la Galilea Alta, cuyo rey, Hiram, estaba en estrecha alianza con Salomón. Parece haber sido un adorador prosélito del Dios de Israel; a quien, algún tiempo después, sus sucesores abandonaron; y por lo tanto, Dios suprimió al rey de Tiro por medio de Nabucodonosor durante setenta años; y finalmente por medio de los griegos.

Edén ha sido un campo de sangre desde el principio de la contienda entre la “simiente de la mujer” y la “simiente de la serpiente”, hasta ahora; y aún continuará así hasta que el poder de la serpiente sea quebrantado en los montes de Israel. Fue en Edén que Abel murió a manos de Caín. Allí también el anticipo de Abel fue herido en el talón, cuando fue inmolado en el madero maldito; y finalmente, para colmar la medida de la iniquidad de la tierra contaminada por la sangre, las serpientes de Israel mataron al hijo de Berequías entre el templo y el altar. Pero la sangre de los santos de Dios derramada en Edén no clamó a él pidiendo venganza sin que tuviera efecto; porque tal como el Señor Jesús declaró, así ocurrió. “Por tanto, --dijo él a las víboras de su tiempo—he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestra sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar” (Mateo 23:35).

Edén es enfáticamente la tierra, o huerto, de Dios; y desde la creación hasta el desgajamiento de la rama de olivo de Israel, ha sido el principal, y casi el único, escenario en el cual él ha mostrado sus prodigios a las naciones en tiempos pasados. Egipto y su desierto pueden ser exceptuados por cuarenta años. Más allá de sus límites sólo estaban las tinieblas de afuera. Edén sólo fue favorecido con luz cuando el evangelio se abrió paso entre las naciones de occidente; y aunque las tinieblas cubran a la tierra, y espesa oscuridad a las naciones, no obstante Yahvéh,  luz de ella, se levantará por sobre ella y su gloria será vista allí (Isaías 60:1, 2).

 

EL HUERTO DEL EDÉN

“Y Yahvéh Dios plantó un huerto en Edén, al oriente”

 

Aunque Edén estaba “al oriente”, al oriente, al este del desierto, el huerto del Edén estaba al este en Edén. “Edén el huerto del Señor”, y “el huerto del Edén” son ideas totalmente diferentes. Lo primero designa la totalidad de Edén como el huerto del Señor; lo segundo, tan sólo una plantación en algún lugar de él. Plantar un huerto es cercar cierta extensión de terreno, y cultivarlo con fruta, árboles ornamentales y arbustos. Si  no está cercado y, en consecuencia sin vigilancia, entonces no es un huerto. El nombre de la plantación implica que su superficie estaba protegida de la invasión de los animales, cuyos hábitos los hacía inquilinos no aptos para un huerto. Entonces, el lugar era un cercado plantado con “todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer”. Moisés dice que su ubicación estaba “al oriente” y tenía un río que lo recorría para regarlo. Deduzco por esto que se hallaba en algún lugar entre el Golfo de Persia y la intersección del Éufrates con el Tigris. El texto dice: “Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos”, que yo podría interpretar así: Se hizo que un río que fluía de Edén regara en su trayectoria hacia el mar; y desde el huerto hacia el norte el río se bifurcaba en sus tributarios, terminando en cuatro brazos. Los brazos no estaban en el huerto, sino a remotas distancias de él. El huerto del Edén era regado sólo por uno y no por cuatro ríos; como está escrito: “salía… un río para regar el huerto”, lo que ciertamente excluye de su cercado a los cuatro ríos.

En la Septuaginta de este texto, la palabra huerto se expresa por paradeisos, la que se ha transferido a nuestro idioma sin traducción. Paraíso es una palabra persa adaptado al griego, y expresada en hebreo por parades o pardes. Significa un parque, un bosque, o reservación; un jardín de árboles de diversas clases, una arboleda encantadora, etc. Se halla en estos textos: “Me hice huertos [paraísos] y jardines, y planté en ellos árboles de todo fruto” (Ecl. 2:5), y, “Huerto cerrado [un paraíso] eres, hermana mía… tus renuevos son paraíso de granados”, etc. (Cantares 4:12, 13).  Este último texto es parte de una descripción de la viña de Salomón, representativa de esa parte de Edén sobre la cual él reinaba; y metafórico de  de su belleza, fertilidad y gloria cuando el heredero de la viña, “uno mayor que Salomón” vendrá a Sión y “se desposará con la tierra” de Edén, tal como está definido en el pacto eterno hecho con Abraham (Gen. 5:18). Porque así está escrito: “Ni tu tierra [Sión] se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá [ es decir, mi deleite está en ella], y tu tierra, Beula [es decir, casada], porque Yahvéh se deleitará en ti, y tu tierra será desposada. Pues como el joven se desposa con la virgen, así se desposarán contigo tus hijos; y como el novio se regocija por la novia, así se regocijará por ti tu Dios” (Isaías 62:4-5).

Cuando el matrimonio, o unión, se realice entre los hijos de Sión y su rey con la tierra de promisión en Edén, volverá a ser el huerto de Yahvéh, o paraíso, el cual su propia mano derecha había plantado. Porque “consolará Yahvéh a Sión; consolará todas sus soledades, y cambiará su desierto en Edén, y su soledad en huerto de Yahvéh; se hallarán en ella alegría y gozo, alabanza y voz de cántico” (Isaías 51: 3). “En lugar de la zarza crecerá el ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá el mirto; y será a Yahvéh por nombre, por señal eterna que nunca será borrada” ((Isaías 55:13). En aquel tiempo, “en la cumbres abriré ríos, y fuentes en medio de los valles; convertiré el desierto en estanques de agua, y la tierra seca en manantiales de agua, y la tierra seca en manantiales de agua. Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos y olivos; pondré en el yermo cipreses, olmos y álamos juntamente, para que [Israel] vean, y sepan, y consideren y entiendan todos que la mano de Yahvéh hace esto, y que el Santo de Israel lo ha creado” (Isaías 41:18-20).

Estos testimonios revelan un futuro estado referente a Edén, del cual su primitivo huerto es una bella y apropiada representación. Lo que una vez fue la sede de un paraíso en una pequeña escala, está destinado a ser transformado de su actual desolación al “paraíso de Dios”. El país de los cuatro ríos, incluso al occidente de mar a mar, está predeterminado a brillar como “la gloria de todas tierras”. El paraíso no tiene otra ubicación. Otras orbes puede que tengan sus paraísos; pero en lo que concierne al hombre, el paraíso de Dios será plantado por él en Edén conforme a “la promesa”. “En aquel tiempo Israel será tercero con Egipto y con Asiria para bendición en medio de la tierra”, es decir, de Edén, “a quienes Yahvéh de los ejércitos bendecirá, diciendo: Bendito sea Egipto, pueblo mío, y Asiria, obra de mis manos, e Israel, mi heredad” (Isaías 19:24-25). 

En una carta a la congregación de Efeso, el Espíritu dice: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Apoc. 2:7). La gran importancia de esto es como sigue. A los santos de Dios se les denomina en la Escritura como “árboles de justicia”, los cuales producen buenos frutos; y al Rey de los santos se le llama el Árbol de la vida. Entonces, éste es el símbolo de Cristo como dador de vida. “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come” dice Cristo, “el también vivirá por mí” (Juan 6:57). De ahí que dar a un hombre a comer del árbol de la vida, para el Señor Jesús significa resucitar a un verdadero creyente de entre los muertos a vida incorruptible. Entonces él comerá, o participará, de esa vida que se le ha mandado que confiera, el cual dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Pero ninguno de los creyentes, o herederos de la vida, puede participar del árbol que da vida hasta que éste se manifieste en el Paraíso de Dios; es decir, hasta que el Señor aparezca en su reino (2 Tim. 4:1, 8: 1 Pedro 1:7, 13). Veremos en la segunda parte de esta obra los detalles referentes a este reino. Por lo tanto, aquí me contentaré con señalar que, cuando esto se manifieste, será establecido en la tierra del Señor; es decir, en Edén; de ahí que la promesa, interpretada en castellano claro, es: ‘Al creyente que venza al mundo (1 Juan 5:4), yo, el Señor, el cual soy la vida, le daré gloria, honor e inmortalidad cuando me presente en el Monte de los Olivos (Zacarías 14:4), y restablezca el reino y el trono de David como en los días antiguos’ (Amós 9:11). Hasta entonces, no hay inmortalidad i Paraíso; ni nadie puede alcanzar eso a menos que haya “vencido al mundo”; porque la promesa es sólo “para aquel que vence”.

Pero respecto a esta doctrina los escépticos objetan que el Paraíso pueda tener actualmente una existencia en algún lugar, en vista de que, en el día de su crucifixión, Jesús le dijo al ladrón que estaría con él en el Paraíso en aquel día; como está escrito: De cierto te digo que hoy” estarás conmigo en el Paraíso”(Lucas 23:43). Admito que así está escrito en inglés [y en castellano]; pero encuentro que hay diversas lecturas y puntuaciones en el griego. En primer lugar, la petición del ladrón está expresada de manera diferente en algunos manuscritos. En la versión Reina-Valera 1960 dice: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, pero en otras versiones esto varía, aunque en un sentido es lo mismo. “Acuérdate de mí cuando vengas en el día de tu venida. Ahora bien, el Señor “viene en su reino” “en el día de su venida”; por lo tanto, digo yo, las dos frases son en un sentido lo mismo, sólo que la segunda sugiere más claramente al “inexperto en la palabra de justicia” (Hebreos 5:13) la importancia del término “hoy”, en la respuesta a la petición.

En segundo lugar, Jesús no evadió la oración del ladrón, sino que le dio una respuesta directa e inteligible. Le dijo, en efecto, que lo que él pedía le sería concedido; en otras palabras, que cuando él mismo estuviera en su reino, él [el ladrón] también estaría allí. Pero, ¿imagina el lector que Jesús le dijo el tiempo cuando, considerando que él ni siquiera estaba familiarizado con el tiempo cuando el Estado Judío, según fue constituido por el código mosaico, sería abolido? Y, hasta que esto fuera abrogado, él no podía venir en su reino, porque entonces él se ha de sentar y gobernar, y ser un sacerdote en su trono (Zac. 6:12, 13, 15), lo cual él no podría ser coexistente con la ley, porque la ley de Moisés no permitiría a nadie oficiar como sacerdote que no fuera de la tribu de Leví; y Jesús descendía de Judá (Hebreos 7:12-14). “El cielo y la tierra”, o la constitución mosaica de cosas de Edén, “pasarán”, dijo Jesús; “pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Marcos 13:31, 32).

Además, ¿supone el lector que el Señor informó al ladrón del tiempo cuando él volvería en su reino; o que posiblemente podría ser que él viniera en su reino en el día de su padecimiento, ya que en el cuadragésimo tercer día después, él rehusó decir incluso a los apóstoles, los tiempos o las sazones cuando él “restauraría el reino a Israel”? “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:3, 6, 7). Estas fueron sus palabras a los apóstoles.

      El reino no podía ser nuevamente restaurado a Israel bajo el código mosaico. Éste había quedado “decadente y obsoleto, y estaba a punto de desaparecer” (Hebreos 8:13 Versión Rey Santiago). Había de ser “echado por tierra”, el sacrificio diario había de ser quitado, y el templo y la ciudad demolidos por obra del cuerno pequeño del macho cabrío, o sea, del poder romano (Daniel 8:9-12, 24; 9:26). Decirles a ellos sobre los tiempos y sazones del reino habría sido tenerlos informados de esta catástrofe nacional, de la cual se les mantuvo en ignorancia a fin de que no se durmieran, sino que estuvieran continuamente en alerta.

Pero, aunque Jesús no sabía entonces los tiempos y sazones del reino, él las sabe ahora; porque cerca de treinta años después de la destrucción de Jerusalén, “Dios le dio una revelación de las cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1:1); y en este Apocalipsis los tiempos y sazones se establecen en orden. Pero, volvamos al caso del ladrón. Al decir “hoy”, Jesús no le dijo, ni podía decirle, el tiempo preciso en que estaría con él en el Paraíso. En algunas traducciones hay una distinta puntuación, y sin duda la correcta. La palabra “que” [en las versiones en castellano], en vez de ir antes de la palabra “hoy”, se coloca después, quedando así: “te digo hoy que estarás conmigo en el Paraíso”, es decir, “en este momento, o ahora, te digo que estarás conmigo en mi reino en el día de mi venida”.

Pero, si el objetor insiste en una interpretación del pasaje tal como se halla en la versión Reina-Valera 1960, entonces que así sea; su posición no será de manera alguna más fácil de llevar. Su traslado instantáneo al Paraíso de las almas al momento de morir, como se afirma en este pasaje, pende de un hilo, como la espada del tirano de Siracusa; y ese hilo es la palabra “hoy”. Éste es un término bíblico, y se debe explicar conforme al uso que le da la Escritura. Entonces, en los escritos sagrados, el término se usa para expresar un período de más de dos mil años. Su uso ocurre en David, como está escrito: “Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón… no sea que no entréis en mi reposo” (Salmos 95:7:11). El apóstol, comentando este pasaje, cerca de mil años después de que fue escrito, dice: “Exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy”; y “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo” “que queda para el pueblo de Dios” (Hebreos 3:13; 4:11-9). De modo que fue llamado “hoy” cuando lo escribió David; y “hoy” cuando Pablo comentó. Éste era un largo día; pero uno, sin embargo, que aún no ha terminado; y continuará su curso hasta la manifestación del descanso en el Paraíso de Dios. Si se admite que aún estamos en “el día de salvación”, entonces se debe aceptar como verdadero que estamos viviendo “entre tanto que se dice hoy”, que ese “hoy” es ahora; y este “ahora” estará presente hasta que el Señor Jesús entre en su reposo (Salmos 132:13-18), lo cual no puede hacer hasta que él haya terminado la obra que Dios le ha encomendado que haga (Isaías 49:5, 6, 8; 40:10). “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día”, o el “hoy” “de salvación” (2 Cor. 6:2); un período de tiempo desde Josué hasta la futura manifestación gloriosa de Cristo en el reino, sin decir nada del “tiempo aceptable” para los patriarcas antes del típico descanso de Israel en la tierra prometida.

Finalmente, ¿no es el colmo mismo de lo absurdo decir que Jesús está “en su reino”, o “en el Paraíso”, los cuales eran sinónimos,  mientras que él yacía muerto en la tumba? ¿Está su reino entre los muertos? Él dijo a los fariseos que estaba entre los vivos. “Sí, pero –dice alguno—él descendió al infierno”. “Cierto” –dice otro—y mientras estuvo allí predicó el evangelio a los muertos, y proclamó el arrepentimiento a los espíritus encarcelados. Él y el ladrón, es decir, sus almas, estuvieron juntos allí apenas la muerte los liberó. Esto era el Paraíso”.”No exactamente” –añade un tercero--. Esto se parece demasiado al purgatorio. Ellos estaban en estado intermedio de beatitud delante del trono de Dios, en el reino más allá de las nubes”. “¿Cómo puede ser eso” –dice un cuarto--; es la beatitud  en la presencia de Dios sólo un estado intermedio? Ellos se fueron directamente a la plenitud de gozo por siempre jamás”.

¿Por qué, entonces, resucitó Jesús para ir al Padre (Juan 16:17), si él ya estaba desde antes con el Padre; y, ¿dónde dejó al ladrón, porque él no resucitó; y si no resucitó, sino que quedó atrás, cómo puede estar con el Señor en el Paraíso? Cuando esta pregunta es contestada, será tiempo suficiente para examinar las tradiciones existentes sobre este tema; dogmatismos, sin embargo, que nadie que entienda el evangelio del reino podría tomar en consideración.

 

EL DOMINIO DEL HOMBRE

“Y tenga dominio”

 

Estando el huerto preparado en Edén, el Señor colocó allí al hombre que había formado. Fue allí donde le vino el “sueño profundo” y vio por primera vez a su esposa. Ahora se hallaban instalados en el Paraíso; y, protegidos de la intrusión de criaturas inferiores mediante un cercado, pasaban sus días en una dichosa tranquilidad; inocentes de transgresión, y en pacífica armonía con Dios y las criaturas que él había hecho. Adán labraba el huerto y lo cuidaba. Ésta era su ocupación. Aunque aún sin pecado, no era parte de su bienestar ser ocioso. Comer el pan con el sudor del rostro es penoso; pero trabajar sin grandes esfuerzos es un elemento de salud y alegría; y sin duda es la regla de vida para todas las inteligencias del universo de Dios. 

 

Pero él no era tan sólo un habitante del Paraíso, colocado allí “para que lo labrara y lo guardase”. La obra que tenía era empezar el repoblamiento y la subyugación de la tierra. Porque en la bendición que se les dio, Dios dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad [“rehenchid”, Versión Rey Santiago] la tierra, y sojuzgadla”. Todo el material estaba delante de él. La tierra había de ser poblada; y el cultivo del huerto, como modelo de progreso, había de extenderse a medida que su posteridad se propagaba por su superficie.

Este mandato de “rehenchir la tierra” [Versión Rey Santiago] refuerza mi conclusión previa, que la tierra ya había sido habitada en algún período anterior a la creación de los seis días; y que todos sus pobladores habían sido destruidos por una catástrofe similar al diluvio de Noé. Que “rehenchir” significa volver a llenar la tierra queda manifestado por el uso de la palabra en la bendición que se dio a Noé. Como está escrito: “Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, llenad [“rehenchid”, Versión Rey Santiago] la tierra”. Aquí no hay espacio para polemizar.  Todos deben admitir que significa volver a llenar; porque, habiendo sido llenada por Adán, toda su posteridad, excepto ocho personas, fue destruida por el diluvio; y Noé y sus hijos habían de suplir el lugar de ellos, o rehenchirla, como hasta este día. Por lo tanto, no veo ninguna buena razón de por qué la misma palabra no debería interpretarse de la misma manera en ambos casos; lo cual he concluido hacer.

Las conquistas del hombre en un mundo sin pecado habían de ser sobre rocas, montes, mares y ríos, por medio de lo cual él podría subyugarlos a su propia conveniencia y satisfacción; y, quizás, si hubiera continuado inocente de transgresión hasta que su misión estuviera cumplida, es decir, hasta que, por medio de su fidelidad, hubiese vuelto a llenar la tierra con gente, y la hubiera subyugado de su estado salvaje a un estado paradisíaco, su naturaleza habría sido exaltada a una igualdad con los Elohim; y la tierra, sin cambios violentos, ha llegado a ser su morada para siempre. Pero el Creador, previendo que el hombre transgrediría, puso los cimientos de la tierra sobre tales principios que después se acomodaría a sus alteradas circunstancias. Si él hubiese previsto un resultado diferente a lo que en realidad aconteció, sin duda la habría construido o constituido conforme a ese resultado. Pero, aunque él no necesitaba la transgresión del hombre, su plan había de constituir un mundo natural adecuado como su base para ese resultado; y entonces, por otro lado, sin necesitar la obediencia del hombre, constituir sobre la tierra un orden de cosas espiritual o incorruptible, con   una inteligente y voluntaria conformidad a sus preceptos, como los cimientos sobre los cuales debería ser construido. Este es, entonces, el actual estado de cosas. El hombre está repoblando la tierra y subyugándola. La está sacando de su estado natural salvaje. Al subyugar la tierra y el mar a la conveniencia de las naciones; y sujetar, asimismo, a las criaturas salvajes de su propia especie a la ley y el orden, y exterminar a las indomables, él está preparando al mundo para que avance a un estado más exaltado, aunque no perfecto, que el Hombre del Cielo presentará y establecerá; no, sin embargo, sobre la destrucción de la naturaleza y la sociedad, sino sobre las mejoras de la primera y la regeneración de la última, lo cual continuará por mil años, como el estado intermedio entre la constitución actual del globo puramente animal y natural, y la constitución final puramente espiritual o incorruptible, e invariable.

Al llevar a efecto su misión, era necesario que el hombre animal tuviera dominio. Él era demasiado débil para ejecutarla sin ayuda; y no había fuente de donde pudiera recibir ayuda voluntaria. Por lo tanto, era necesario que recibiera poder por el cual pudiera tener la cooperación que requería. Por esta razón, además de ser para su propia defensa de la inconveniente familiaridad de las criaturas inferiores con su amo, Dios le dio dominio sobre todos ellos. “Señoread –dijo él—en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”. Esto era la concesión al hombre de soberanía sobre la carne y la sangre. Él era el rey, y todas las criaturas vivientes los súbditos de su dominio. Sin embargo, en cuanto a su propia especie, no se le permitió ser ni una ley para sí mismo ni para sus congéneres.

El derecho del hombre a ejercer señorío sobre su prójimo más allá del círculo de su propia familia, no le fue concedido “por la gracia de Dios”. La gracia de Dios sólo le confirió lo que ya he declarado. Incluso su soberanía doméstica había de cesar cuando llegase el tiempo en que uno dejaría a su padre y madre. Después de esta separación, todo gobierno paternal terminó, y la única servidumbre que continuó era el yugo de la afección. El hombre gobierna en su familia por la gracia de Dios, la cual dice: “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa, para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”. Esta obediencia está fundada en la conformidad de las cosas; pero incluso esto no se manda de manera absoluta. Sólo son los “padres en el Señor” los que tienen un derecho divino para esperar obediencia incondicional de parte de los hijos cristianos de su casa. Si los padres que no son en el Señor requieren que sus hijos hagan algo contrario a la voluntad del Señor, o se abstengan de hacerla, la obediencia debería ser rehusada con firmeza pero con cariño. Probablemente esto produciría problemas y división en la familia, si el padre fuera un hombre de la carne inculto, o un fanático. En ese caso, él se comportaría como un tirano, y se esforzaría por coaccionarlos para que le obedecieran en vez de procurar que ellos lograran una convicción de la verdad; su naturaleza es dividir entre carne y espíritu, pecadores y santos, y crear enemigos de un hombre de entre los miembros de su propia familia (Mateo 10:35-36). Pero esos hijos deberían recordar que es mejor “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 4:19; 5:29), y que el que ama a sus padres más que a Jesús, no es digno de él. Mejor salir del abrigo paternal como un proscrito que deshonrarlo prefiriendo las leyes de ellos antes que las de él.

Si la soberanía doméstica del hombre se halla de este modo calificada y limitada por la gracia de Dios, ¿diremos que él confirió al hombre “un derecho divino” para gobernar su especie en intereses espirituales y civiles? ¿Fundar reinos e imperios, e inventar religiones como un medio de impartir durabilidad a sus tronos? Lo que Dios permite y regula es una cosa; y lo que él designe es otra. Él permite tronos y dominios, principados y poderes; él los regula, implantando sobre ellos lo más innoble de los hombres (Daniel 4:17), si eso se acomoda mejor a sus intenciones; impide que ellos burlen sus propósitos; y manda a sus santos que “se sometan a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo… Has lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien” (Rom. 13:1-5).

Dios no comisionó al hombre para que estableciera estos poderes. Todo lo que requería de él era que obedeciera cualquier cosa que él [Dios] designara. Pero, cuando el hombre se volvió rebelde, su espíritu insubordinado se transmitió a su posteridad; y, rehusando ser gobernado por la gracia de Dios, fundó dominios propios, sobre principios que eran absolutamente subversivos para el gobierno de Dios sobre la tierra. Dios pudo haber suprimido violentamente sus actos de alta traición con tanta facilidad como cuando detuvo la construcción de Babel; pero en su sabiduría optó más bien por darles un espacio de acción y sujetar sus usurpaciones a tales regulaciones, ya que al final promocionarían la propia gloria de Dios y la confusión de ellos. Por lo tanto, es que Pablo dice que todo poder es de Dios; y los poderes que hay están establecidos por él. Este es un asunto de gran consuelo y regocijo para sus santos; porque, aunque los tiranos puedan proponer, sólo es Dios el que dispone los acontecimientos. Los santos que entienden la palabra se mantendrán distantes de la política. Nadie está más interesado en ellos que ellos mismos. Pero ellos no se han de mezclar ni con un partido ni con otro; porque Dios los regula a todos; por lo tanto, que nos hallemos en cualquiera lucha semejante sería contender, de un  modo u otro, contra él. El siervo del Señor no debe contender, excepto “por la fe que ha sido una vez dada a los santos”. Para esto se le manda “contender enérgicamente” (Judas 3), porque semejante contención es para “pelear la buena batalla de la fe”, y “echar mano de la vida eterna”.

Entonces, en el principio, Dios se reservó para sí el derecho de dominio sobre la raza humana. No lo dio a Adán, ni a su posteridad, sino que reclamó para sí la soberanía indivisible sobre todos los intereses del hombre por derecho de creación; y para aquel a quien él estableciera como su representante en la tierra. Todos los reinos que existen, o han existido, con la excepción de la Comunidad de Israel, están basados en la usurpación de los derechos de Dios y de su Hijo Jesucristo; ni hay tampoco rey o reina, Papa o emperador entre los gentiles que reine “por la gracia de Dios”. Ellos reinan por la misma gracia, o favor, por la cual reina el pecado sobre las naciones. Ellos no tienen ningún favor a los ojos de Dios. Él los tolera por algún tiempo, y hace uso de ellos como si fueran su espada para mantener el orden entre los sin ley, hasta que sean manifestados sus generosos propósitos a favor de los santos, conforme al plan de los tiempos que él ha dispuesto. Entonces, se regocijarán “los santos con gloria; canten con gozo aun sobre sus camas. Exalten a Dios con sus gargantas y con espada de dos filos en su mano para ejecutar venganza entre las naciones y castigo entre los pueblos, para aprisionar a sus reyes con grilletes y a sus nobles con cadenas de hierro, para ejecutar en ellos el juicio escrito. Honor será esto para todos sus santos. Aleluya” (Salmos 149:5-9).

 

EL ÁRBOL DEL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL

 

“Y Yahvéh Dios hizo nacer de la tierra… el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal”.

 

Estos son los árboles más extraordinarios que se hayan visto jamás en el reino vegetal. Eran “deliciosos a la vista, y buenos para comer”. Sin embargo, esto es todo lo que se dijo acerca de su naturaleza y aspecto. Parecería que eran los únicos árboles de su clase; porque, si hubiesen sido comunes, el deseo de Eva por probar la fruta del Árbol del Conocimiento, y su inclinación a comer del Árbol de Vida podría haber sido satisfecho comiendo de otros árboles similares. Qué clase de fruta eran no podemos saber; ni es importante saberlo. La suposición dice que el Árbol del Conocimiento era un manzano; pero el testimonio no entrega ninguna declaración sobre el tema; por lo tanto, no podemos creer nada de lo que se conjeture sobre el asunto.

Sin embargo, estos árboles son interesantes para nosotros, no a causa de sus características naturales, sino debido al interdicto que había sobre ellos. A Adán y Eva se les permitía tomar libremente de todos los otros árboles del huerto, “pero del árbol de la ciencia del bien y del mal –dijo el Señor Dios—no comeréis de él, ni le tocaréis, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gen. 2:17; 3:3). Naturalmente, era tan bueno como alimento como cualquier otro árbol; pero, tan pronto como el Señor Dios puso su interdicto sobre él, su fruta llegó a ser muerte para el que la comiera; sin embargo, no una muerte instantánea, porque sus ojos habían de ser abiertos (Gen. 3:5, 7), y habían de llegar a ser como dioses, o Elohim, llegando a conocer el bien y el mal como ellos (Gen. 3:5, 22). La consecuencia final de comer de este árbol era la muerte; así que se le puede llamar el Árbol de la Muerte en oposición al Árbol de Vida. La decadencia del cuerpo, y consecuente terminación de la vida, terminando en corrupción, o mortalidad, era el atributo que este árbol fatal estaba preparado para otorgar a la persona que se atreviera a tocarlo.

En la frase, “ciertamente morirás”, la muerte se menciona por primera vez en la Biblia. Pero Adán vivió varios siglos después que hubo comido del árbol, lo cual ha demostrado ser una dificultad en la definición de la muerte que ahí se indica, hasta ahora insuperable según los principios de los credos. La teología del credo parafrasea la sentencia de este modo: ‘En el día que comieres de él, morirás figuradamente, tu alma inmortal quedará sujeta a los dolores del infierno para siempre; y después tu cuerpo morirá literalmente’. Pero es muy evidente para alguien no estropeado por la filosofía de los credos, que esta interpretación no se halla en el texto. La obscuridad que crea la dificultad no reside en las palabras habladas, sino en la versión castellana de ella. La frase “en el día” se supone que significa que en el día mismo en que transgrediera Adán, él había de morir en algún sentido. Pero éste no es el uso de la frase, incluso del castellano del mismo capítulo. Porque en el versículo cuarto del capítulo segundo, está escrito: “el día que Yahvéh Dios hizo la tierra y los cielos, y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese”. Sabemos que esto fue la obra de seis días; de manera que la frase “en el día” es expresiva de ese período. Pero en el texto señalado, la misma frase representa un período mucho más largo, porque Adán no murió hasta que tuvo 930 años de edad; por lo tanto, el día en que murió no terminó sino hasta entonces.

                                                                                                                                                                                                                     

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